Natalia Osorio es de Colombia y tiene 25 años. Creció en una familia católica. En este camino de crecer y de vivir su madre ingresó en los Testigos de Jehová dónde estuvo varios años. Desde pequeña siempre tuvo esa comunión con Dios, le hablaba. Así fue creciendo en el camino de fe y de vida. “Siempre pedía a Dios por un milagro”. La familia que tenía aunque era completa no era perfecta. Le pedía siempre el milagro de que cambiara y sanara el corazón de su madre. “Hubo situaciones muy fuertes y con doce años salimos de los Testigos de Jehová”. Natalia estaba un poco reacia a la iglesia católica, no conocía nada, lo único que sabía era sobre la Biblia que les enseñaron con los Testigos de Jehová. 

Con la mala experiencia que tuvieron con esta secta decidieron no acercarse más a ninguna religión aun sabiendo que Dios existía. En estos años de transición, al salir de este grupo religioso se metieron de lleno en la Nueva Era. “Llegaron complicaciones. La familia se quebró. Hubo un problema entre mis padres. Fue un momento muy álgido en nuestras vidas”, reconoce. 

Justo en ese instante Natalia cumplía 15 años. Como estaba a la deriva decidió actuar libremente y más al haber cumplido esta edad que para la cultura en Latinoamérica ya era el pasar de niña a mujer. Reconoce que el Señor siempre le conservó la actitud de humildad. Pero fueron momentos de querer experimentar, salir y descubrir. Así comienza a hablar con varios chicos al mismo tiempo. Quería alguien que la quisiera pero había en ella un gran vacío, no tenía a Dios en su corazón. Eso la llevó a ciertos problemas porque en el colegio había un chico que tenía interés en ella pero no tenía buenas intenciones. “Buscaba ese anhelo de amar. Por buscar el amor me choqué muchas veces”, comenta. Por todo lo que le estaba sucediendo estaba al borde del quiebre. Mientras tanto sus padres no hacían más que ponerle normas. 

Un día su padre llega mal al trabajo y un compañero le pregunta qué le ocurre. Su padre le cuenta todo lo que le pasa en casa. Su amigo le recomienda ir a una comunidad a la que él acudía. Justo ese día su padre llegó a casa y les dice que se prepararan que se marchaban. El mensaje era claro: Ésta era la última oportunidad para la familia, sino, todo se echaría por la borda. Cuando llegaron a ese lugar le pareció un lugar extraño. “Nos daban las bienvenida unos líderes y nos acogían. Había alabanzas que me resultaban jocosas”, recuerda. Esa noche empezaba un seminario de sanación y liberación. Fue un seminario que duró dos meses y además había un retiro. “Se desencadenaron muchas cosas del pasado pero el Señor y la Virgen ya estaban poniendo la mano. Hubo muchas lágrimas”, reconoce. Su madre comenzó a acudir a la misa y a llevar al resto de la familia. A pesar de la inicial insistencia la acompañaron.  Un jueves eucarístico, Natalia no conocía que existía la Hora Santa. ¿Qué ocurrió aquí?

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