Testimonio católico: De dudar del amor de Dios a dar su sí e irse de misionera

Abr 25, 2024 | TESTIMONIOS CATÓLICOS

Itzel Ayala tiene 19 años y estudia en la universidad, Economía. Nos viene a contar su propio camino de fe sin miedo, de cómo ella ha llevado su propia cruz. Viene de una familia tradicional de un matrimonio normal. “Mi familia se acuerdan cuando es la Virgen de Guadalupe y rezan en días muy especiales o concretos”, explica. Cuando nace su hermano, su madre le hace una petición a San Judas Tadeo.  Si hay misa de algún familiar acuden.  Su vida en este caminar, comienza a los seis años al iniciar su catecismo. Su madre estaba esperando a que supiera leer para poderla meter.  

Estuvo en el catecismo durante dos años. Les pedían ir a misa cada domingo. Se empezó a crear una pastoral de misa con niños. Era el primer apostolado que empezaba. Había 40 jóvenes en el grupo en aquel momento. No podía apuntarse porque no le alcanzaba la edad. Sí podía participar en el coro de niños. Terminando la comunión entra en el coro dónde está a lo largo de tres años. Le gustaba el coro porque les explicaba esa parte de los dones, porque cantar era un servicio que también daban. “El cómo tomábamos la seriedad para hacer el canto. Esa persona que está en su oración se podía distraer. 

Nos lo hicieron tomar en serio”, recuerda. Al cumplir los 11 años, recuerda ser muy insegura al cantar. Había una persona que era su amiga que le hacía comentarios de que no iba a ser capaz de mejorar. Así se fue alejando del coro. Les comunicaron que iba a haber un retiro, pero no tenía aún la edad para ir, le faltaban días para cumplir los años. “Le comento a mis padres lo del retiro del fin de semana. No se enfadaron”. En la secundaria, comienza a tener problemas con su físico. “Me empiezo a acomplejar. Adelgazo bastante. Estuvo un tiempo yendo al gimnasio. Me cuestionaba mucho mi físico”. Así está año y medio. En este punto sufrió mucho los comentarios de los que eran sus amigos que se burlaban de alguna manera de que fuera a la iglesia. Poco a poco se va alejando de la iglesia para quedarse con sus amistades de la secundaria. Con el tiempo terminan volviendo a sus grupos de la iglesia. “Sentía pena al regresar a la iglesia y mi grupo y que ya todo hubiera cambiado. Fui a misa ese día y hablaron del hijo pródigo. Comencé a llorar” comenta. Ese año había un retiro y se apunta. Le va muy bien en esta experiencia. “Decidí inscribirme a misiones. Me sentía feliz en el apostolado”. 

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