Fercho Bosco viene a contarnos desde México su camino de fe. Aparte de ser creador de contenido, es seminarista. Su deseo es ser sacerdote. Hablando con sus padres le explicaron que su nacimiento fue providencial porque su madre no podía tener hijos y le cuenta que cuando tenía esa necesidad de tener una familia, le suplicaba a Dios en todos los templos tratando de hacer un trato con Dios. “Señor, si tú me das un hijo, si tú lo quieres llamar a lo que él elija”.

Entonces, el embarazo de su madre, de él y de sus hermanos siempre ha estado marcado por esta parte. Por un riesgo en la salud que no le hizo apartarse de la vida. Su madre, nunca les soltó de su mano y los tres gozaron de buena salud. Su madre guarda celosamente recuerdos que los hijos le dieron siendo pequeños. En el caso de Fercho tiene unos dibujos de cruces, la imagen del Sagrado Corazón, la Virgen de Guadalupe. Como todo niño que siente el deseo de estar con Jesús su madre le cuenta que grabó en una grabadora un audio dónde estaba su hermano aprendiendo a hablar. Y en el caso de Fercho estaba repitiendo la oración del Padre Nuestro. 

Y es que hablar de la oración es para él, hablar de algo que tuvo mucha importancia en su vida. Desde que era pequeño una persona que le acercó mucho a la fe fue su abuela. “Recuerdo esas mañanas que iba a acompañarla a la oración o las tardes que íbamos al ofrecimiento de flores a la Virgen”, sostiene. Gracias a ella se sembró en su corazón la fe que luego creció. Así, tuvo su primer contacto con la oración y con la Virgen María y ese recuerdo sigue vivo en su mente. Puede decir, que hizo su consagración a la Virgen y eso le llena de mucha satisfacción. El haber tenido ese contacto con la Madre. 

Desde los tres años comenzó a aprender las oraciones a la Virgen como el Avemaría y de alguna forma fueron años dónde ofrecía su tiempo a los demás. Tuvo una infancia feliz pero su físico siempre estuvo marcado por el sobrepeso. “En la primaria tuve bullying por parte de mis compañeros. Siempre me tocó ser al que ofendían, se burlaban, me daban un balonazo y me lastimaban”, sostiene. Ahora lo ve desde Cristo y ve que el sufrimiento ofrecido a Dios es una bendición, pero en ese momento no lo comprendía y lo sufría en silencio. Se hacía preguntas de por qué a su físico y por qué a él. Esto desarrolló en él un gran complejo de inferioridad. “Es muy duro afrontarlo y tuve que tener acompañamiento psicológico.  

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