Mariana Caminos está casada y vive en Toledo. Tienen cuatro hijos, dos en el cielo y dos aquí en la tierra. Sus padres eran argentinos, muy comprometidos con la política de su país. Tras la dictadura del 76 se exilian en Ibiza. Era una familia de izquierdas, su padre era un ateo convencido y eso es lo que les transmitió. “Mis padres fueron responsables durante la infancia pero más adelante la responsable de no tener fe era yo”, explica.  En su familia no fue bautizada y mucho menos hizo la comunión. En la adolescencia se dejó llevar por el ambiente de la isla pero aún así se dejó llevar un una tristeza inusual en ella. Cuando cumple 14 años su madre les comunica que se separaba. “Fue una sorpresa. Quedó devastada, a la deriva. Comienzo a sentirme una extraña tanto dentro como fuera de mi familia”, reconoce. La soledad le hace refugiarse en sus amigos y en la metafísica. Pensaba que quizás necesitaba un psicólogo o antidepresivos pero se resistía a pensar que sólo era esto. “Era algo espiritual. Luego supe que mi enfermedad era el pecado”.

En la isla que vivía, en Ibiza, la oferta espiritual era enorme. Allí se encontraba presente la Nueva Era muy fuerte. Iba investigando, siempre de lejos y con prudencia. “Sucede algo en mi vida y es que conozco al que fue mi novio. Él practicaba la Nueva Era. O acogía todo el pack o lo rechazaba”. 

Lo interesante es que gracias a esta experiencia pudo ser consciente de que no encajaba en estas religiones y empieza a acoger la idea del Dios cristiano. Jesucristo podría ser el camino y la verdad. Pasaron los años y por el tipo de relación que tenía su vida llegó a convertirse en un infierno. Esta desesperación le lleva a rezar una oración desesperada. “Le pido a ese Dios desconocido que sí existía que me salvara de esa vida que estaba llevando”.

De forma sorprendente, Mariana tuvo una experiencia mística. Una presencia la acompañó durante unas horas. “Asumo esa evidencia como una señal a esa oración y reúno el valor para terminar la relación con esa pareja. Fue uno de los actos de confianza más grandes que he hecho en mi vida”, sostiene. A raíz de este sufrimiento que le produce este cambio acepta ir a un retiro dónde vivió cosas increíbles. “La primera sacudida fue al arrodillarme. Fue como sentir que me encontraba, que me reconocía, una especie de vuelta a casa con ese hecho”.

Ya en la confesión describe que fue una vivencia insuperable, “como una iluminación extraordinaria del intelecto. Provoca una emoción muy fuerte, te sientes profundamente amada”. Así recibe su Primera Comunión y poco a poco comienza su camino de fe. La vuelta a su casa fue rara ya que no se reconocía en las cosas que leía, y las diferentes cosas que se iba encontrando. Hubo amistades que se fueron y otras que llegaron para quedarse. En su familia, su padre se quedó muy confundido. La primera vez que le dijo eso a su padre él le explicó que cuando él iba a la universidad él mismo se metía con los jóvenes de Acción Católica. Al final pudo entenderlo. Este tiempo, para Mariana fue un tiempo de gracias extraordinarias pero también de obstáculos que le alejaban de Dios. 

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