Testimonio de conversión: De la violencia y el engaño a rendirse al Señor

Oct 9, 2023 | TESTIMONIOS CATÓLICOS

Antonio Ludeña era un chico normal del madrileño barrio de Orcasitas. Recibió una educación católica en su infancia. Lo que recuerda con especial cariño es cuando llegaba el mes de mayo, iban al campo, recogían flores y le cantaban a la Virgen María. Esto debió de quedarse en el corazón de Antonio como una de las primeras semillas que tuvo. 

Su madre fue una madre que no se casó, algo que en aquella época no estaba bien visto, además la pareja con la que estaba tampoco se llevaba muy bien entre ellos, hasta el punto que a veces se peleaban, había golpes según recuerda el propio Antonio. En aquel momento lo que tenía más cerca de casa era un muro que había y ahí se quedaba tranquilo mirando las estrellas para desconectar de ese mundo paralelo que vivía en casa. Estos momentos, Antonio los recuerda sin ningún tipo de rencor a pesar del dolor producido en su corazón y en su mirada. 

De su infancia recuerda con especial cariño la comunión, sobre todo recuerda el regalo que le dio el hermano Espigares, que pertenecía a su colegio. “Me regaló un póster grande del Sagrado Corazón de Jesús. Aquello se debió de quedar grabado en mi corazón y ahí ha seguido”, recuerda. Con los años reconoce que se fue alejando de la iglesia. Conoció a un grupo que acudía a la iglesia y a un centro cultural que había en el barrio. Era jóvenes de un colegio mayor, hacían deporte y actividades. Así, les ofrecieron a Antonio y un amigo el formar parte de su grupo. “Eran chicos de buen corazón y formaron unos grupos parecidos a los scouts y aquello me gustaba”. 

En esos años, el estudio a Antonio se le resistía. Llega la adolescencia, y en estos años llega desprendido de fe y de nada que se le parezca. Ocurrió un momento crucial en su vida y fue estando una noche con su amigo en una discoteca. Tienen una pelea porque no encontraban a unas chicas con las que estaban esa noche y esas chicas se dieron cuenta estaban con otros chicos. 

“Uno del otro grupo vino con la idea de pegarme y yo espontáneamente le dije que esperáramos al final, pero el otro no pudo esperar al final”, recuerda. Subiendo las escaleras, el otro joven se dio la vuelta y fue a darle con la cabeza. Cada vez había más gente agolpada entre ellos. Logró salir airoso se esa complicada situación sin saber cómo. A los 19 años y ya casado entra en un gimnasio y empieza a practicar un arte marcial, el kárate. 

A partir de ese momento le viene a la cabeza toda esa situación vivida con la pelea.  Después de hacer la mili, se encontró en una situación laboral complicada, por no tener ni oficio ni beneficio. Tenía trabajos precarios y tenía que llevar dinero a su casa ya que tenía dos hijos. Con uno de los jefes que tenía tuvo una pelea con él por no querer pagarle el salario que le pertenecía. Al final le denunció y el juez en ese momento le dijo: “chaval, tienes que cambiar”. El cambio de vida sentía que debía ser inmediato. 

En su vida el kárate se iba haciendo más presente y pensó que una buena forma de ejercer una profesión era siendo profesor de esta técnica y transmitir al resto sus conocimientos. A pesar de la satisfacción que le daban el llevar a sus alumnos a competiciones, todo se le quedaba corto. Tenía sed de algo más y eso su corazón lo sabía. “Tengo una serie de sueños que se me repiten y me querían decir algo”. Una mañana recuerda que se levanta muy temprano, sobre las 3 de la madrugada y se va a subir un monte en la zona de Jaén, allí estuvo hasta el amanecer. 

¡No te pierdas este impactante testimonio!

¿Te ha gustado este artículo?

Ayúdanos a seguir creando contenidos católicos

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos relacionados