Diana Noguera es de Colombia y actualmente vive en Líbano como nazarena. La familia de Diana siempre fue católica pero fue su abuela la que le enseñó realmente lo que era una misa. A pesar de esto, reconoce que nunca tuvo una fe muy especial. “Dios se encargó en el camino de mostrarme lo que quería de mí”. Así fue creciendo, en el colegio católico en el que estudió le hizo no salirse de esa línea que ya había sido marcada desde el hogar. Esta etapa inevitablemente le dejó una semilla. 

Al salir del colegio y entrar en la universidad ya no tenía tanto tiempo para preocuparse de la fe. A esto se suma que son unos años dónde uno conoce a personas nuevas, alejadas totalmente de la religión. “Por dejar entrar ese no tener tiempo de Dios, dejas entrar otras cosas que nada tiene que ver con la fe, como es la vanidad o la superficialidad”, comenta. 

Dejó de buscar a ese Dios que en un primer momento la había enamorado. Le resultaba complicado asumir lo que Dios le pedía. “Por dentro dejé de pensar en Dios por querer ser la mejor en la universidad, tener la mejor ropa o el mejor maquillaje”. También al llegar a casa cambió su personalidad y ya contestaba con cierta rebeldía a su familia. 

En medio de ese caminar se empezó a dar cuenta que se estaba quedando sola. En ese momento, sus padres fueron a un retiro porque querían buscar más de Dios. Cuando llegaron del retiro se dió cuenta que este retiro era el que necesitaba ella. “Comienzo un nuevo camino con 17 años. Renové la consagración a la Virgen María a través del método de San Luis María Grignon de Monfort. Fue difícil desprenderte de cosas, tanto en lo material como en lo espiritual”. 

Siendo misionera en esta comunidad incipiente a la que perteneció volvió a enamorarse del Señor y la relación con sus padres mejoró mucho. “Aunque quería ser madre y tener un noviazgo con Dios, tenía una llamada a servir a Dios de manera más cercana. Llegó un punto en que lo dejé a la voluntad de Dios pero también había una parte que necesitaba de ese discernimiento”, resalta. Entra en otra universidad y se vuelve a encender en ella la llama del mundo. Se dió cuenta que si seguía estudiando en ese lugar se iba a volver a perder. “Le comenté a mis padres la necesidad de hacer un proceso vocacional. Necesitaba buscar la respuesta”. 

Conoció una comunidad que estaba iniciando en Colombia, era una comunidad contemplativa de clausura. Se fue dónde las religiosas. “Fue duro y admirable a la vez. Duré un mes aquí. Pero quise volver porque me decía a mí misma que Dios me estaba llamando a ser monja”. Pero vió que no iba a ser feliz, que ese no era su lugar. Fue frustrante y doloroso. Se pasó un mes llorando todos los días por no saber qué quería Dios con su vida. “Me cansé y me tocó volver a levantarme para ver qué hacer con mi vida”. 

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