Mónica Tatiana Niño es colombiana y actualmente vive en Canadá. Viene de una familia católica con una niñez muy bonita y en la fe. Sus padres participaban de las actividades de la iglesia. En su casa recuerda una imagen de Jesús muy bella. Sus padres acudían a estos encuentros hasta que poco a poco dejaron de ir con la misma frecuencia. Recuerda cómo su abuela le enseñó a rezar el rosario. 

Estuvo en un grupo llamado Tabor que cantaba. Siempre estuvo al lado de la fe, pero su hermana estaba todavía más unida al Señor que ella. En la universidad comienza a tener la necesidad de sentirse querida, tener novio. Recuerda esa época con mucha fiesta, salir, beber, entre otras cosas. “Gracias a las oraciones de mi familia no me desvié”, explica. Pudo terminar sus estudios para después viajar a España para estudiar una maestría. 

“Conozco a mi actual marido. Empezamos una relación muy desordenada porque teníamos cosas que sanar”. Al terminar la maestría le pide que se quedara a vivir con él, ya que no quería que se separaran. “A pesar de estar enamorada me sentía muy vacía. Los dos bebíamos mucho juntos”, reconoce. Era algo a lo que no estaba acostumbrada en Colombia. En medio de esa situación comenzaron a pelearse mucho y se planteaba si esa era de verdad la vida que quería. “Estaba triste porque quería estar con él pero realmente no estaba siendo feliz. Tenía los sacramentos en su corazón y le preguntaba a Dios qué podía hacer”, comenta. Sintió que la respuesta era que si debía seguir con él pero no en ese lugar. Un día antes de irme a Bogotá le pidió la mano y le dijo que tres meses después llegaría. 

“Nos casamos por lo civil el día de San José. Comienza una época difícil. Una cultura diferente. No consiguió trabajo, nos peleábamos y empezó a entrar en depresión”, reconoce. Así, Tatiana tiene conversaciones con la Virgen María y la respuesta ante sus inquietudes era que no estaban viviendo en Dios. 

“Le propongo que nos casemos por la iglesia el 13 de mayo día de la Virgen María”. La relación entre ellos comienza a cambiar, las discusiones eran más calmadas y todo iba fluyendo. En aquellos años no acudía a misa y un día en el trabajo le llamó la atención una figura de la Virgen María que tenía. “Conseguí que me bendijeron unas virgencitas, y una me la quedé yo y las otras se las dí a mi madre y a mi hermana”, comenta. Se dió cuenta que hasta que no conociera bien a Dios no iba a estar completa. Así inicia un camino diferente y aparte de todo ya que su marido no creía en Dios. 

Después de un año intentaron ser padres pero no lo conseguían. Fueron a los médicos y ella estaba bien pero no le transmitieron lo mismo a su esposo. Esto les entristeció mucho. “No entendía lo que estaba pasando. Fuimos a una clínica de fertilidad y les dijeron lo mismo”. Sólo les dieron dos opciones: adopción o inseminación artificial. Salieron de allí con mucha tristeza, llorando. “Investigué y vi que la iglesia católica no aprobaba esa opción”. 

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