Sofía es mujer y madre, vienen a contarnos su testimonio sobre cómo llevar la fe en mitad de la enfermedad. Reconoce que el secreto de estar unidos es estar al lado del Señor en todo momento. Y es que al igual que ella le ha costado testimoniar, reconoce que a ella muchas historias le han ayudado también en su camino. 

Viene de una familia de Bilbao, católica, estudió en un colegio católica y estudió en la universidad. Con sus padres acudía a misa, pero tenía más por cumplir. Tras la universidad viajó a Madrid para seguir estudiando y es en esta ciudad cuando conoce a su marido. Años después se casan por la iglesia pero sin conocer realmente la importancia de este sacramento. “Desde siempre hemos sido muy felices, y nuestra relación fue mejorando conforme hemos ido metiendo a Dios en nuestra vida”, explica. De alguna forma siempre tuvieron presente a Dios pero no de manera constante, casi que acudían a él cuando lo necesitaban.

Al cabo de unos años llevando a colegios no católicos a sus hijos, decidieron cambiarlos a dos colegios católicos. “No les cambiamos convencidos de la importancia de la fe en la educación de ellos”, sostiene. Para Sofía estos colegios han sido claves para enamorarse de Dios a través de la educación católica de sus hijos. Era una necesidad de tener a Dios en todo momento. “Puedes haber nacido en una familia o país católico pero si no te abres a ello, no te formas, si no lo practicas es muy difícil acercarte a Dios. Estando cerca de Dios somos más felices”. 

“Tenía un conflicto interno porque la verdad es que la vida nos sonreía bastante; necesitaba hacer algo más por los demás y por Dios. Con una persona que daba un retiro recuerdo que le pregunté que cuando viniera algo malo cómo puedo hacer para aceptarlo y afrontarlo con entereza y confianza en Dios”, explica. La persona le dijo que rezara. Al final llegó el momento de poner a prueba la fe y la confianza en Dios y fue con la llegada de la enfermedad. Todo empezó en el verano del 2021 con el padecimiento de dolores de espalda y glúteos. 

“Me preocupé pero porque iba a hacer una maratón y no iba a estar bien entrenada para ese momento. Cuando hice la maratón cada vez tenía más dolores, no podía dormir. Iba al fisio pero nada”, comenta. Ya en Navidad en una resonancia vieron que tenía un mioma grande que tenían que intervenir para quitarlo. “Tuve que estar muchos días en la UCI, no distinguía el día de la noche. Pero recuerdo tres cosas: cambió mi relación de hablar con Dios. No rezaba, sino que le hablaba como un amigo y me daba mucha paz”.  También, estando en la UCI notó la fuerza de las oraciones que estaban rezando por ella. Estaba débil pero a la vez reconfortada. 

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