Diego Estrada es de Monterrey, México y ahora está yendo y viniendo a Texas dentro de un proceso de discernimiento. Tiene un movimiento de autenticidad, para realmente conocer cuál es el propósito de cada uno. “Me pongo como chivo expiatorio para que aprendan”, explica.

Los padres de Diego son católicos, practicantes. En algún momento pensaba que sería el primer santo mexicano o el primer papa mexicano. Creció en un colegio del Opus Dei pero por muchas inseguridades cayó en el error de caer en una relación con Dios de esclavos. “Me duele mucho ver actitudes de esclavos. Por mucho tiempo no lo hacía”, explica. Se refería a Dios en términos de Señor, con miedo. Esa experiencia fue alimentada según Diego por el demonio. “Por muchos años escuché su voz de miedos e inseguridades que venían de él”, relata.

A Diego le da pena haber caído en esa actitud. Y es que Diego tiene una tendencia a compararse mucho. Esa comparación viene de no creerse suficiente. “¿Cómo pensamos tener iglesias llenas, evangelizar, si esas personas no piensan que pertenecen a nosotros? “Mi idea es que después de este video descanses y confirmes que somos valiosos”, refuerza.

Diego confiesa su pecado desde joven. La experiencia de culpa, miedo, vergüenza era algo permanente en él. “Me gustaría ser patrono del santo que siempre volvió. Dios siempre me dió la gracia. Si cometo un pecado, mañana me confieso”, dice. Necesitaba la experiencia de dejar de ser esclavo. El proceso con Dios fue en él muy poco a poco a una relación personal con él y a tomárselo en serio. 

“Me costaba mucho hablarle a Dios y decirle padre. Recuerdo una luz muy fuerte que tuve en unos ejercicios espirituales y fue que los esclavos tienen miedo y los hijos viven en libertad”, sostiene. Un elemento muy potente que viene a reforzar que nada puede separarle del amor de su padre.

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