La sagrada reliquia del Cáliz del Señor es una copa de ágata de principios del siglo I y sería la «Copa de bendición» de la familia de Jerusalén que ofreció su casa a Jesús para celebrar la última Cena
El Señor siguió el rito de la Pascua y, después de consagrar el pan, «cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos». Instituido el misterio de la Eucaristía, aquel Vaso vino a convertirse en la más preciada reliquia de la Cristiandad; en la Divina Copa.
Tras la última Cena, el precioso vaso fue llevado por san Pedro a Roma, donde lo siguieron utilizando los Papas, según atestigua el Canon Romano, traducción de un texto griego primitivo: «Tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos».
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