Juan Pablo II, que había consagrado su pontificado a la Madre de Dios bajo el lema Totus tuus (Todo tuyo), hizo notar que cuando el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1 de noviembre de 1950, “no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios”.
“Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre”, manifestó el Pontífice que consideraba el Rosario como su oración favorita. El Papa peregrino citó luego a San Francisco de Sales, quien consideró que “la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte ‘en el amor, a causa del amor y por amor’, y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús’”.
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