El amor de Dios no tiene límites, pero quien se niega a acoger la misericordia del Señor a través del arrepentimiento rechaza el perdón y la salvación.

Si llenásemos un estadio con 100.000 personas y pidiésemos que se supieran en pie todos los que no fueran pecadores,se quedarían sentadas 100.000 personas o al menos así debería ser porque todos somos pecadores. Ya sabemos que los hay más graves y leves pero, ¿hay algún pecado imperdonable o alguno que necesite de alguna confesión especial?

No es suficiente no hacer mal a nadie, sino que es necesario hacer el bien. Debemos aprovechar las ocasiones que se nos presentan para dar testimonio de que somos discípulos del maestro. En medio de la duda es donde nace el pecado. Debemos confesarnos pecadores tanto a Dios como a los hermanos porque el pecado nos separa de Dios y nos divide de nuestros hermanos. Es importante recordar que los pecados no los perdona el sacerdote, los pecados los perdona Dios mediante la absolución del ministro ordenado: obispo o presbítero.

Todos los pecados tienen perdón e Dios, menos uno: el pecado contra el Espíritu Santo. Pero, ¿En qué consiste este pecado? encerrarse de mente y de corazón a la acción del Espíritu Santo. No se puede perdonar porque al no dejarse la persona influir por el Espíritu Santo, no puede arrepentirse y sin arrepentimiento no puede haber perdón. El pecado contra el Espíritu Santo es el rechazo contra la gracia de Dios hasta el momento de la muerte.