Fray Nelson Medina viene a contarnos lo que Dios ha hecho en su vida. Nació el día de la Virgen de Fátima el 13 de mayo de 1965. El año en que recibimos tres grandes constituciones del Concilio Vaticano. “Creo que mi vida va en paralelo del postconcilio, mi vida va recorriendo ese camino que va recorriendo la propia iglesia con sus luces y sombras”, cuenta. Sus padres eran personas de fe y ambos fallecieron ya. Su padre murió de COVID en el año 2021. 

En casa tienen cuatro hijos, todos varones. Con el tiempo se dio cuenta que les hacía falta una hermana y a sus padres una hija. Cuando su padre se quedó viudo esto se hizo patente. Creció en un hogar católico en los años 60 con la llegada del hombre a la luna y con todas las confusiones que iba a traer el Concilio. “Los primeros años de mi vida estuvieron marcados por una cierta perplejidad. Conversamos hace poco y llegamos a la conclusión que los sacerdotes que conocí cuando era niño acabaron dejando el sacerdocio. Fue una época confusa en términos vocacionales”, reconoce. 

En el año 1972 ingresó a estudiar con los padres dominicos, un colegio para varones. Ahí estudiaron sus hermanos y él.  El estudio le llamó la atención siendo un buen estudiante. Sus padres decidieron que hicieran la primera comunión junto a sus hermanos con 7 años. “Aunque la catequesis me dejaba las ideas muy claras, el corazón estaba bastante frío. 

Algo que me avergüenza y no me hace sentir orgulloso”, reconoce. Y es que la gente piensa que los niños tienen una apertura natural a Dios pero no siempre sucede así. No fue el caso de Fray Nelson. “Debemos tomar en serio a los niños. A veces pienso que mi vida hubiera sido diferente si los adultos hubieran puesto atención en cómo estaba creciendo”. Hizo esa Primera Comunión con bastante frialdad pero ese año le guardaron una sorpresa. 

El 7 de diciembre viajan a Barranquilla para acudir a la iglesia. “Me acuerdo dónde estaba sentado y que sucedió en esas vísperas de la Inmaculada”. Ese sacerdote reflexionó sobre el misterio de la Inmaculada Concepción con unas palabras que hoy tras haber pasado 50 años recuerda perfectamente. “Esas palabras hicieron algo en mí, como un relámpago en mi corazón y un deseo que era mío pero no venía de mí y el deseo era: yo quiero conocer a esa niña (la Virgen). 

Considero que mi primera comunión fue ese día”. Así fue a comulgar con plena conciencia pero también sentía que ese cuerpo de Cristo era tomado de María. Siguió la vida y la infancia y también cuenta una experiencia muy bonita del Padre Nuestro. “Fue la alegría de sentirme hijo pero también hubo algo dentro de mí y es esas oraciones que decimos de manera tan mecánica tiene su riqueza y eso quedó grabado en algún lugar del corazón. A sus 12 años su madre le invita a que fueran a un grupo. La relación con su madre era de cariño y respeto pero no de tanto vínculo como en otras personas. “Mi madre era una persona muy sociable, amaba la reunión, la tertulia, la fiesta. Yo en cambio no era persona de tanta fiesta, no tuve tanta destreza para lo social ni para el baile. Había una cierta distancia”, comenta.

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