La vida del Padre Pío fue una constante lucha frontal contra el diablo, quien se le apareció y le confesó sus pecados en el Sacramento de la Reconciliación.
En una ocasión el Padre Pio contó que estando confesando le tocó el turno a “un señor alto y esbelto, vestido con cierto refinamiento y de maneras educadas y amables”. El particular penitente empezó a confesar pecados “aberrantes” contra Dios, el prójimo y la moral.
Por ello, el santo buscó reprenderlo a la luz de la Biblia, las enseñanzas de la Iglesia y la moral de los santos. No obstante, el visitante le rebatía de manera astuta todo lo que el santo le decía, justificando los pecados como si no tuvieran malicia y buscando mostrarlos como algo normal.
Esto impresionó al Padre Pío, que se preguntaba “¿Quién es este? ¿De qué mundo viene?”, mientras trataba de ver su rostro y seguía escuchando lo que decía. En ese momento, a través de una “luz interior”, el Santo se dio cuenta de quién era y con voz firme y decidida dijo: “¡Viva Jesús, viva María!”. De inmediato, Satanás desapareció “en un destello de fuego” y se esparció un olor fétido insoportable en el lugar.
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