Alan: Un Viaje al Infierno (Testimonio real)
Kelley Jankowski
Del libro “An Army in Heaven”
Alan era un hombre de setenta y siete años que fue admitido a nuestro hospital con un cáncer de vejiga en fase terminal que había hecho metástasis por todo el cuerpo. A pesar de la cirugía, la quimio y la radiación, el cáncer se extendió incólume. Requirió la colocación de un catéter en cuanto llegó, ya que no había podido orinar desde hacía un tiempo. Inmediatamente le coloqué el Foley, y extrajo cantidades grandes de orina y sangre. Sabiendo que necesitaría irrigación frecuente para no coagularse, volví a buscar todos los suministros necesarios para tenerlos en la habitación. Cuando entré, su mujer Regina estaba sentada junto a la cama de Alan. Hablaban bajito entre ellos cuando él se incorporó y acarició su mejilla. Ella se inclinó y envolvió sus manos alrededor de las suyas, presionando la palma de su mano sobre su mejilla. El intercambio de afecto entre ellos mientras se miraban uno al otro era muy hermoso.
“¿Cuáles son las horas de visita?” preguntó Regina.
“No hay ninguna, puede venir en cualquier momento, quedarse el tiempo que quiera, hasta pasar la noche, si es su deseo. El sofá se convierte en cama”, contesté.
Regina le sonrió a Alan, pero podías ver que ella estaba exhausta, así es que los dejé solos en su tiempo de visita.
Más tarde, cuando entré en la habitación para darle a Alan su medicación nocturna, su esposa se puso de pie y anunció a Alan que debía volver a casa, y casi sin aliento, vocalizó su deseo de quedarse.
“ Regina, querida, yo estaré muy bien. Tú estás extenuada….vete a casa y duerme un poco, y te veré mañana”, le dijo Alan.
Regina se inclinó, lo “ahogó” con abrazos y besos y salió de la habitación, cargada de preocupación. Yo le estaba dando nuestro teléfono y acompañándola hasta la puerta, cuando me agarró el brazo y me dijo,
“No estoy preparada para esto, de verdad que no. Desearía tuviéramos más tiempo”. Su miraba se volvió hacia mí, sus ojos se enrojecieron de emoción, se giró y anduvo hacia la puerta.
Terminé mis deberes con todos mis pacientes y volví a la habitación de Alan. Era un hombre sorprendentemente apuesto, con una bella cabeza poblada de pelo blanco ondulado. Poseía unos ojos grandes, castaños, rodeados de círculos oscuros y profundos, tan típico de la enfermedad severa. Espesas cejas que sobresalían en todas direcciones pidiendo a gritos un recorte, los coronaban. Era más bien delgado, con manos gruesas con callos del trabajo duro y extenuante.
“Me encanta la jardinería”, me dijo al pillarme mirando sus manos.
“No hay nada mejor que estar fuera cavando la tierra”.
“¿Qué hacías antes de retirarte?”, pregunté.
“¿Quién dijo que estoy retirado?”, me disparó con una rápida sonrisa.
“Ah…yo solo…”… tartamudeé…
“Solo estoy bromeando. Yo era un ingeniero mecánico. Era dueño de mi propia compañía que levanté de la nada. Comencé con cuatro empleados, y cuando la vendí, tenía más de doscientos. La venta del negocio me permitió el suficiente dinero para realizar todas las cosas que desde hacía tiempo quería hacer. Cavar en la tierra es uno de los pasatiempos que verdaderamente disfruto. Es como me relajo, y rezo mucho mientras estoy de rodillas, tirando de la hierba mala”.
Alan elevó sus manos frente a mí.
“Estas eran pálidas y suaves, y míralas ahora, siempre manchadas de negro. He estado cuidando los semilleros en mi invernadero, mi cielo en la tierra”. Cruzó las manos sobre su regazo. “Y bien, ¿qué espero de ti esta noche?”
“Nada tremendo, te lo aseguro. ¿Estás teniendo dolores?” le contesté.
“No más dolor de lo usual. El dolor no es cosa mala, entiéndame. Me recuerda que aún estoy vivo”. Suspiró, uniendo sus manos, reposándolas detrás de su cabeza, con los codos estirados.
“¿Se encuentra a gusto ahora?” le pregunté.
“No, ahora no. Si me encuentro a gusto, usted será la primera en saberlo”.
Alan se recostó hacia atrás y se instaló sobre su almohada.
“Bueno, si llega al punto de estar incómodo, tenemos un arsenal de medicinas para ayudar. Solamente no espere a que el dolor sea demasiado fuerte para pedir medicación. El dolor es más fácil de controlar cuando está bajo que cuando está en puntos máximos”.
“Solo tengo dolores cuando no puedo orinar, y como puede ver, lo ha remediado estupendamente con esta cosa olvidada de Dios”. Sonriendo me señaló el catéter entubado. “Morirse no es cosa de tomarse a la ligera. Yo debo saberlo: he estado ahí”.
“¿Ha estado ahí? ¿Me dice que ya murió anteriormente?”.
“Oh, sí, señora, así fue. ¿No has visto mi cremallera?”. Abrió la parte de arriba de su pijama y me señaló la tan familiar cicatriz en el centro de su esternón.
“Si, he visto eso. ¿Fue ahí cuando murió?” pregunté.
“Es una larga historia, y sin duda usted tendrá asuntos más urgentes. Tal vez cuando tenga tiempo”, me contestó.
“Tengo tiempo suficiente y me encantaría escuchar su historia, si está animado a contarla.” Me giré a un lado, deslicé una silla hasta cerca de la cama y me senté.
“Bueno, esta es una larga, le advierto”.
“No me importa, por favor, me gustaría escucharlo todo, si usted me lo quiere contar”. Me asenté en mi silla y crucé las piernas.
“Bien, ¿Comienzo por el principio?”.
“¡Absolutamente!” le dije sonriendo. “OK.
Bueno, yo crecí como hijo único en una pequeña granja de Ohio. Me crié católico y fui a la escuela parroquial hasta el grado séptimo. Del octavo hasta el curso 12 asistí a la escuela pública. Mis padres eran ambos muy devotos, pero yo me aparté de la fe cuando mi mejor amigo murió en un terrible accidente de coche. Acababa de cumplir los dieciséis, y ese incidente me impulsó a una depresión terrible de enojo, que progresó a un completo odio a Dios. No tenía tiempo para Él, ningún tiempo para nada de eso. Maduré como un hombre podrido que no le importaba nada ni nadie. Egoísta hasta la médula, estaba auto- absorbido. Incluso después de casarme y de tener hijos, buscaba mi propio confort, mi propia riqueza, yo, yo, yo. Le digo ahora la verdad, si no me beneficiaba o incrementaba mi cuenta de banco, no lo pensaba dos veces. Hace veinte años- veintidós años y cuatro meses para ser exacto- necesité una cirugía a corazón abierto. Muchos años de dura vida, bebida, cigarrillos, bueno, ya conoce la historia. La mañana de la cirugía, estaba prepándome para acudir al hospital. Regina entró en el baño para animarme y consolarme, como hubiera hecho cualquier mujer de su esposo. Le espeté, “Vuelve a la cama, y te llamaré cuando necesite que me vengas a buscar para volver a casa”. Alan pausó y negó con su cabeza, “Buen tipo, eh?”
Se acercó y bebió un buchito de agua de la taza que tenía en su mesita de noche.
“ Así es que conduje solo al hospital. Tras los preliminares, fui llevado en camilla a la sala quirúrgica. Cuando mi anestesista llegó, se presentó y se sentó en una banqueta a la altura de mi cabeza. Me dijo que repitiera mi nombre, fecha de nacimiento, etc., y le vi rodando de un lado al otro mientras organizaba las máquinas. Entonces se dio la vuelta, me miró, y aunque su rostro estaba enmascarado, inmediatamente noté su muy amable mirada”.
“Ok, Alan, estamos a punto de empezar. ¿Te gustaría que rezara contigo antes de anestesiarte?” dijo el anestesista.
Le dirigí mi mirada, mientras el enfado se removía en mi estómago, y me carcajeé fuertemente,
“¿No creerás todavía en toda esa tontería, no? ¡Pues yo no! Así es que date prisa, duérmeme y terminemos con esto lo más rápidamente posible”, le contesté.
“Podía sentir la medicación correr caliente por mi vena, y me pidió que contarás al revés de cien a cero….100, 99,98, entonces todo se fue a negro, en completo silencio”.
Alan se detuvo, mirando al techo.
“Me desperté, miraba a mis cirujanos y me preguntaba ¿cómo diablo había llegado aquí arriba? Con ese último pensamiento fui absorbido por el techo, como un pañuelo siendo sacado de un bolsillo pequeño, y fui lanzado a un túnel muy oscuro. Al final de esta oscuridad, vi lo que podía ser un punto de luz que creció más y más hasta envolverme completamente, y en el centro de esta luz, estaba Jesús.”
Alan pausó el relato, y sacudió ligeramente la cabeza.
“Yo podía ser un ateo autoproclamado y bocazas, pero yo sabía quién era Jesús. Así es que allí estaba de pie frente al que había ridiculizado y fustigado alejándolo de mi vida. Ahí estaba Él: tan majestuoso y tan hermoso”.
Alan suspendió por un momento el relato mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Su voz se rompió y luchaba por emitir palabras.
“Me sentía tan humillado. Entonces imágenes de mi vida comenzaron a aparecer, y recordé todos los insultos que solía escupir de mi boca a cada persona temerosa de Dios que me había encontrado. Reverberaban en mis oídos, uno tras otro, tras otro. La expresión de Jesús era de gran decepción y a la vez, increíblemente, de amor. Yo pensé: “después de todo esto, ¿Cómo puede amarme? Allí estaba, de pie frente a aquella hermosa pero escrutadora mirada, y estaba aplastado, machacado por mi propia pecaminosidad. Vi mi alma como la ve Dios, usted me entiende, y era estremecedor. Estaba cubierto de huecos y de una suciedad pecadora que yo había acumulado voluntariamente y amontonado sobre mí mismo, tanto, que me había hecho irreconocible. Era como un cadáver en descomposición, vuelto rancio y putrefacto, y este peso sobre mi alma me tiraba hacia abajo y vociferaba mi vergüenza ante Dios. Debí haber salido corriendo lo más lejos que podía, pero no había sitio donde ir. Estaba pegado en el sitio y forzado a verlo todo, sin excusas, sin descanso. Estaba avergonzado de mi pecaminosidad frente a tan incomprensible pureza. Oh, Dios querido, ten misericordia”.
Lágrimas fluyeron de sus ojos mientras se las limpiaba con el talón de sus manos. Tirando de un pañuelo de papel de la caja sobre su mesita de noche, se enjugó las lágrimas y tomó una pausa de bastante tiempo. Con una inhalación profunda comenzó de nuevo.
“Oh, querido Dios, ¿qué es lo que he hecho? Quería tanto que parara todo. No quería que Él viera más, porque con cada uno de los incidentes, sentía su disgusto de una manera tan aguda como no había sentido nada en mi vida. Esperaba que hubiera algún resplandor de bondad, pero no había nada, escena tras escena. Una vida desperdiciada, energía gastada en acumular chatarra y nada de valor ante Sus ojos. Ahí estaba, frente a Él, desnudo y expuesto, como un harapiento y sucio mendigo con nada para darle. Ningún mérito, ningún amor por Él, solamente por mí. Manos vacías….alma vacía…vida vacía.”
Alan apretó el puño con el pañuelo, se inclinó y lo tiró a la papelera. Se reincorporó, tiró de otro pañuelo de la caja, se limpió los ojos y sopló su nariz.
“Nunca en mi vida había experimentado nada así, y conocía mi sentencia. Sabía sin duda alguna cuál era mi destino. Cuando el repaso de mi vida finalizó, miré a Jesús. Su mirada era una mirada de tanta piedad inexpresable, y su tristeza la sentía tan agudamente dentro de mí, que mi alma se quebraba. Entonces, mientras le miraba, cerró Sus ojos y agachó Su cabeza”.
Alan se apoyó hacia adelante en su cama, mientras me miraba directamente.
“Ahora mire, tiene que comprender algo de todo esto. Cuando el alma ve a Jesús, es inmediatamente infundido en él un deseo muy poderoso e incontrolable de estar cerca de Él. Posee tal poder irresistible que brota de Él, que el alma está inmediatamente y completamente cautivado por Él. Pero cuando le vi cerrar los ojos y dirigir la cabeza hacia abajo, mi alma fue golpeada con una increíble sensación de separación que me dejó completamente destrozado. Tal fue la desesperación que me invadió, que me tiré a sus pies y comencé a llorar sin control. Le pedí perdón con todo lo que tenía dentro de mí y le rogué y rogué por otra oportunidad. Le dije:
“Jesús, ¡por favor! ¡Tú puedes hacer todo! Por favor, dame otra oportunidad. Cambiaré mi vida, la haré mejor, lo prometo. Por favor Jesús, no me abandones”.
“Me mantuve postrado a Sus pies, sollozando durante lo que parecía una eternidad. Con el corazón destrozado, me mantenía ahí rodeado de mi propia inmundicia, besando la prenda que cubría Sus pies. Pero”,
Alan dijo mientras sacudía su dedo a mi persona,
“yo sabía muy bien que este juicio era justo. Yo merecía el infierno y sabía que era donde pertenecía. Jesús me levantó y miró directamente a mis ojos, y en Su mirada, todos mis pecados comenzaron rápidamente a disolverse y a estamparse en la nada, como carámbanos bajo el cálido sol de invierno. Todo mi odio y egoísmo drenaron de mi interior, y fui dejado vacío, lleno de agujeros. Un remanente hecho jirones de lo que fue alguna vez un alma pura. Me abrazó y me atrajo hacia Su corazón, y cerca de Su corazón, sentí la calidez de Su amor tan completamente y Su perdón tan profundamente que fui abrumado de emoción y comencé a sollozar como un bebé. Me abrazó durante bastante tiempo y derramó Su amor y perdón en mi alma, consumiendo mi nada, arrastrándome hacia un amor tan intenso, que me envolvió en una increíble paz. Mi alma destrozada y vacía fue restaurada al instante. La suciedad y mugre fueron reemplazadas por una belleza luminosa. Oh, no puedo describir qué apariencia increíble tiene un alma restaurada a la gracia y purificada. Es la cosa más hermosa que haya visto nunca, y despide una luz resplandeciente que vuelve a Él. Vi al instante cómo cada alma es valiosa, y qué maravilla de perfecta creación es. Me vi superado con la inmensidad de Su amor por mí, y pude haberme quedado en sus brazos para siempre. Entonces Sus palabras entraron en mi mente y dijo”:
-Te daré otra oportunidad, pero primero, quiero que veas cuál habría sido tu eternidad hoy mismo.
“Dio una voz, y dos seres llegaron inmediatamente y se situaron de pie al lado mío. El de la derecha se me hacía muy familiar, y supe intuitivamente que era mi ángel de la guarda. El ser de mi izquierda era muy grande y absolutamente bello, y radiaba fuerza majestuosa. Este era San Miguel, el ángel grande, el Arcángel”.
Mientras decía esto, Alan levantó los brazos y los extendió para enseñarme el tamaño de Miguel.
“Ambos ángeles eran muy grandes y fuertes, pero Miguel era magnífico, de una belleza indescriptible, ¡simplemente asombroso! Jesús puso sus manos sobre mis hombros, dirigió su mirada a la mía y supe que era la despedida. Fui embargado de tristeza, y hubiera dado lo que fuera por quedarme con Él. Entonces instantáneamente”,
Alan chasqueó sus dedos, “nos encontramos en un valle yermo, completamente desolado y rodeados de montañas negras gigantes, dentadas y afiladas. La base de las montañas era más profunda que el camino donde nos encontrábamos, extendiéndose en profundidades que parecían no tener fondo. Anduvimos por este muy ancho camino, y a primeras era suave y plano, pero según caminábamos, descendió, y se volvió resbaladizo y muy empinado. Yo tenía miedo de caerme porque a cada lado de este camino había criaturas de aspecto horrible reptando desde la oscuridad. Gruñían y siseaban mientras sus manos de garras afiladas querían arrancar mis talones. Intentaba mantenerme lejos, cuando uno de ellos dirigió su mirada a mí y dijo con una voz terrible y penetrante:
– Alan, te hemos estado esperando.
El miedo que recorrió mi cuerpo nunca lo había experimentado, y quería correr, pero mis ángeles me apremiaban”.
Mientras más profundo descendíamos, más pesada se hacia la atmósfera. A la distancia escuché débilmente un terrible jaleo, pelea, discusión, gritos. Según continuábamos, el ruido crecía en volumen. No quería continuar andando, pues el pánico creció dentro de mí, y aunque sostenido por ambos lados por mis ángeles, mis pasos se ralentizaron y mi reticencia aumentó.
Entonces Miguel me dijo:
-Debes ver lo que les espera a los pecadores que rechazan a Dios.
“Continuamos más abajo por este camino hacia una oscuridad viva e inmensa. Al final de nuestra bajada había una gigantesca estructura de aspecto formidable que parecía seguir eternamente en profundidad y en altura. Portones inmensos cerraban la entrada, asegurados por enormes pernos desde el exterior. Miguel elevó su mano, y los pernos se soltaron, y los portones se abrieron. Inmediatamente un hedor repugnante se agarró a mi nariz, que me quemaba la nariz y me causaba náuseas”.
“Era como carne podrida al calor del sol de verano, empapado en alquitrán y azufre. Era terrorífico, pero estaba sostenido por mi ángel. Mientras se abrían los portones, los sonidos que llegaban a mis oídos me hacían temblar de miedo. Gritos desgarradores y un lenguaje tan absolutamente sucio que no podría repetírselo a nadie. La cacofonía de los gritos, blasfemias, y los continuos llantos y lamentos llenaban el aire y reverberaban a través de mí, llenándome con un indescriptible terror”.
“Mientras entrabamos en este horrible lugar, vi celdas de distintas alturas y profundidad cubriendo las paredes, y cada celda contenía un alma. Fui dado un conocimiento instantáneo de cada alma que vi. Intuitivamente supe en qué era habían vivido, un poco de sus vidas, y las circunstancias que les habían llevado a la condenación. A mi derecha vi una espantosa pared negra de una altura vertiginosa. Dentro de esta pared, que parecía estar hecha de una piedra tipo carbón, habían pequeños nichos tallados. Un nicho encima de otro, miles encima de miles, y se extendía por el largo y ancho de esta pared. Cada una de un tamaño parecido, de forma circular, y en cada una había un alma embutida. Estas almas no podían moverse, ni siquiera para acomodarse. Sus caras estaban aplastadas y dirigidas al centro de la mazmorra, y se lamentaban, gritaban y maldecían continuamente. Anchos ojos saltones con expresión de una desesperada tortura tan atroz me hacia mirar hacia otro lado.”
-¡Mira!, dijo mi ángel. ¡Mira!.
“El arrepentimiento de cada uno de ellos no les daba tregua y se reconcomían continuamente. Podían ver la causa de su tortura, y sus vidas continuamente se presentaban a sus ojos, parándose en algún momento específico, mostrando algún episodio en particular, un pecado en particular. Gritaban insultos a Dios, maldiciendo nombres de familiares, amantes, hasta de sus propios hijos. Las escenas se mostraban una y otra vez, no solamente acerca de sus propios pecados, sino también sobre el efecto que esos pecados habían tenido sobre los demás. Fui mostrado el daño que causaron; cómo sus palabras y acciones destrozaron a las personas. Si otra alma hubiera acabado en este abismo por culpa de sus acciones o su pobre ejemplo de vida, eran hechos responsables de esa alma hasta cierto punto, de manera que sus sufrimientos se duplicaban, triplicaban o más, según la cantidad de almas que fueran condenadas por culpa de ellos. Demonios en formas repulsivas, algunos medio animal, algunos con parecido humano, estaban situados cerca de las caras de algunas almas que les gritaban desde su compartimento”.
“Estos demonios cogían las caras de algunas almas torturadas y les abrían sus bocas, con sus garras, tan ampliamente que les rajaban la carne a lo largo de sus mejillas. Entonces vomitaban dentro de sus bocas, cerrándoles las bocas, mientras este vomito ardiente les quemaba de adentro hacia afuera. Estas pobres almas se volvían blancas como metal fundido, mientras los demonios los introducían más adentro de su foso de tortura a base de golpes, lanzándoles espantosos insultos”.
“Al fondo de esta inmensa pared yacía un nicho vacío. Al frente de este nicho, esperaba un enorme y horrible demonio, y sentí su mirada atravesarme mientras me volvía en su dirección. Me apuntó, entonces apuntó el nicho, y supe inmediatamente que este nicho era reservado para mí. Fui abrumado por el terror y comencé a gritar mientras traté de escaparme, agarrándome a mi ángel, que me sostenía con firmeza, intentando con todas mis fuerzas huir. Esta demostración de puro terror por mi parte solamente incendiaba su odio hacia mí, mientras se abalanzaba hacia mí, lanzando sus brazos hacia mí, pero sus garras fallaron por la fracción de una pulgada. Mi ángel me sostenía cerca de él y con calma me aseguraba que la misericordia de Dios no solamente había prevenido mi estancia ahí, sino que también me protegería de cualquier ataque de ninguna de las criaturas de este lugar”.
“Sentí un alivio inmediato mientras sus palabras se introducían en mi mente, pero aún no podía quitar mi mirada de esa criatura mientras continuaba mirándome.
-Salvo ahora, pero no por siempre, gruñía, mientras sus ojos profundos de odio se mantenían fijos en mi. Los ángeles me condujeron lejos, pero aún podía escuchar sus gruñidos guturales mientras continuábamos nuestro camino. Descendiendo por este abismo, vi una pared con aspecto desolado lleno de celdas alineadas. En una celda se encontraba un alma horrible, cubierta de enfermedad y completamente sucia. Según nos acercábamos supe que este hombre en particular mientras estuvo en la tierra, manipulaba, abusaba y forzaba a mujeres a la prostitución. Pude ver que fue un capataz cruel en todo aspecto. Enganchaba a las mujeres a la droga, las golpeaba frecuentemente para subordinarlas hasta que sus cuerpos y voluntad quedaban destrozados. En la tierra estaba lleno de brutalidad y avaricia, y estaba poseído de una insaciable lujuria. Pero aquí en prisión, era forzado a experimentar una y otra vez el daño infligido sobre la mujeres bajo su dominio, solo que magnificado a un grado inimaginable. El veía vívidamente el efecto que sus acciones tuvieron en las almas de todos con quien tuvo encuentros en su vida, y esta tortura y arrepentimiento lo carcomía continuamente. Las más horribles criaturas le rajaban la piel, mutilándolo continuamente, desgarrándolo desde la entrepierna hasta la garganta, exponiéndolo a un increíble ridículo y humillación. Una y otra vez la tortura excedía a la anterior en barbaridad. Gritando sin fin por ayuda, lanzaba gritos desgarradores rogándoles a sus torturadores, lo que solo intensificaba su odio por la victima atrapada. Al final de cada tortura, su cuerpo quedaba reducido a meros trozos, con lo cual instantáneamente volvía a la normalidad y sus torturas comenzaban de nuevo”.
“Según descendíamos al centro del infierno, el ruido y la confusión total continuaba su escalada, y las torturas infligidas a las almas se convertían en más y más horripilantes. Vi a un hombre encerrado en una celda siendo torturado de la manera más atroz. Había vivido allá por el año 1900, estuvo casado y tenía cuatro hijos a los que repetidamente abusaba físicamente, emocionalmente y sexualmente. Este hombre era un alcohólico violento y a menudo se bebía el sueldo del mes sin proveer a su familia. Durante sus rabietas de borrachera, escupía a su mujer e hijos insultos horrorosos, hiriéndolos y destrozando sus espíritus. Era sádico más allá de lo imaginable y como resultado directo, su hijo Benjamín cometió suicidio. Su hijo el pequeño, habiéndose arrepentido, yacía salvado en los brazos de Dios, pero este hombre fue tenido responsable por haber acortado la vida de su hijo por culpa de su abuso. En esta cámara estaba atado a cadenas y estaba estirado sobre una mesa de piedra ennegrecida. Le forzaban a beber un líquido escuálido introducido en la boca por un enorme animal de aspecto horrorifico. Era forzado a ingerir enormes cantidades de este líquido debido a su insaciable apetito por el alcohol. Su abdomen inmediatamente se distendía, y podías ver su interior siendo comido por gusanos. Entonces le pegaban y aplastaban hasta que lo vomitara. El fluido que expelía parecía lava fundida, que le quemaba la carne y la derretía. Era apaleado y destrozado por estos demonios hasta ser reducido a un charco fino de huesos y carne licuada. Entonces inmediatamente volvía a la normalidad, y era liberado de sus cadenas. El hombre luchaba por escapar, y pensaba que lo había conseguido, cuando de nuevo era capturado por sus captores que se burlaban de él, jugaban con él, y lo arrastraban a la mesa, donde comenzaba todo de nuevo. El miedo expresado en la cara de este hombre es algo que nunca podré olvidar. Los insultos que le lanzaban eran tan groseros y odiosos, en un lenguaje tan abominable, que a veces tengo pesadillas donde soy forzado a ser espectador de sus torturas una y otra vez. Tuve que darme la vuelta porque era horrible de presenciar”.
Alan se tomó una pausa y se acomodó en la cama.
“Cada alma que vi en el infierno sabía exactamente por qué estaba ahí. Es que, sabes, Dios no nos pone en el infierno. Nos ponemos nosotros mismos allí. Toda alma en el juicio ve con perfecta claridad su vida como Dios la ve. Ellos entonces se juzgan a sí mismos en Su luz. No hay refutación cuando se encuentran de pie frente a Dios, porque su pecaminosidad frente a la absoluta pureza grita su sentencia”.
“¿Lo ve? Somos nosotros, nuestras acciones, nuestras palabras, nuestras omisiones, y por último, nuestro total rechazo a la gracia de Dios es lo que decide nuestro destino”.
Mientras decía esto, Alan se golpeaba el esternón con su dedo, como si de nuevo se acusara.
“A toda alma, incluso hasta en el último momento de su vida, le es dada la opción de aceptar o rechazar a Dios. Las almas en el infierno son aquellas que Le rechazan, rechazan Su amor, Su gracia, y lo más importante, rechazan Su Misericordia, ¡incluso después de de haberlo visto a Él! Se arrojan ellos mismos a este abismo porque es mucho peor para ellos estar frente a Dios que estar en la oscuridad”.
Alan tomó una pausa para sí, sacudió su cabeza y levantó su mirada hacia mí, con mucha tristeza.
“Tanta gente cree que el infierno será una gran fiesta, una orgía de pecado. De lo que no se dan cuenta es que estarán completa y absolutamente solos. Las almas que vi prisioneras allí, eran conscientes de que allí no había ninguna otra persona, solo sus torturadores. Así es que además del dolor y de la desesperación, sufren una abrumadora y penetrante soledad. Esta terrible soledad es causada por su separación de Dios, y es tan completa, que la lengua humana no es capaz de expresarlo en su plenitud. Es con mucho, la más grande de sus torturas. Esta separación de Dios deja una desolación interior que les consume completamente y es experimentado inmediatamente. Su propio juicio, su terrible juicio, es veloz, y huyen de Dios y Su justicia y se lanzan de cabeza al infierno. A partir de ese momento, son para siempre incapaces de sentir o expresar amor, solamente odio. El pesar que ellos sienten nunca les llevará al arrepentimiento porque su destino está sellado y remachado en el rechazo, así es que sus ganas, o cualquier deseo de perdón es imposible. Puesto que sus ofensas sin arrepentimiento son hechas a un Dios infinito, su sentencia es por lo tanto, infinita. La gente no sale del infierno”.
Lágrimas brotaron de los ojos de Allan, y los limpió con su toallita de papel. Con una inhalación corta y una voz cargada de emoción, dijo,
“Se me partió el corazón ver tantas almas allí, no solamente siendo testigo de su dolor, sino recordando mi propio juicio de pie frente a Jesús. No puedes imaginar cuanta tristeza siente Él mismo, amándonos tanto mientras nosotros le damos la espalda. ¿Puedes imaginar Su sufrimiento mientras Sus hijos le escupen a la cara y le dicen, “No, No te quiero, preferiría estar en el infierno que estar cerca de Ti?”.
Alan rectificó su postura, se limpió de nuevo los ojos y entonces descansó de su discurso, y dejó caer la cabeza hacia su pecho mientras entró en lo que parecía un profundo pensamiento.
“Ellos dejan caer sobre sí mismos Su justicia y por lo tanto Su venganza, y es terrible”.
Se acercó a su mesita de noche y bebió un sorbito de agua. Colocando el vaso de nuevo en la mesita, continuó diciendo:
“La gente debería leer Ezequiel 25:17, donde dice: “Ejecutaré contra ellos una terrible venganza, castigándolos con furor, y reconocerán que Yo soy el Señor, cuando descargue en ellos mi venganza”.
Alan descansó durante un largo rato, miró entonces hacia el final de su cama, y comenzó de nuevo.
“Rápidamente descendimos hasta que llegamos a lo que parecía ser el fondo de un gran foso. En su centro había una inmensa celda con las paredes igual de anchas que de altas. Estas puertas se abrieron a la orden de San Miguel, y un humo nauseabundo fue escupido desde dentro hacia afuera, envolviendo todo lo que nos rodeaba. Mi ángel levantó la mano, y mientras nos acercábamos, todo fue instantáneamente llenado de una luz brillante. Las paredes rezumaban y temblaban con lo que parecían culebras y alimañas de tamaños no terrestres que se escurrían hacia la oscuridad detrás de la celda. En el medio se encontraba un trono inmenso hecho completamente de monedas de oro y plata, y bloques que conformaban el trono, opaco y empañado, y era enorme. En la base del trono había almas humanas, algunas con piel, otras solo huesos, todos en variados grados de desintegración y cubiertos todos de gusanos. Cuando los huesos llegaban a estar completamente sin carne, y toda la carne hubiera estado comido por los gusanos, entonces inmediatamente se cubrían de carne. Y comenzaba de nuevo todo otra vez, quemándolos, pudriéndolos, digiriéndolos. Estas almas estaban completamente inmóviles y cada una se lamentaba y temblaba bajo el peso de este trono descomunal. Detrás de mi sentí una terrorífica presencia, una presencia tan completamente maligna y tan llena de odio que me quedé helado en el sitio. Le sentí acercarse a mí, su calor fluía por mi nuca. Tanto era su odio por mí que sentí su odio cubrirme con una desesperación sin esperanza. Instintivamente supe quién era y supe que era permanente en su estado. No solamente no podía alterar su destino, sino que nunca jamás lo desearía, nunca. Su condenación estaba cimentada en una completa y total oposición a Dios. Odiaba en su integridad todo lo que Dios es, y por lo tanto, odiaba todo lo que Dios había creado”.
Alan, se tomó una pausa.
“Estando ahí de pie, sentí cómo me estudiaba y se deslizaba alrededor de mi. No quería yo mirarlo. Su hedor nauseabundo permearon mis fosas nasales mientras que sentí su mirada rebuscando en cada parte de mi alma, buscando por cada fallo. Se apartó y mi ángel de la guarda me señaló que mirara. Levanté la mirada y frente a mí se encontraba una criatura tan increíblemente maligna, tan vil y llena de odio, que no puedo expresarlo en su enormidad. Se dejó caer en el trono, causando lamentos a los cuerpos que se encontraban debajo del trono. Introdujo rápidamente y de un golpe su pie con aspecto de pezuña en la boca de quien salían los lamentos, retorciéndolo y aplastándolo profundamente en el suelo viscoso. Era enorme, negro como el alquitrán y brillante como el cristal. Sus ojos rasgados y fisurados eran de un negro rojizo torturado, rodeados de un brillo inquietante, penetrante y aterrador. Sus cuernos enormes protuberaban de cada lado de su abultada frente, rizándose hacia sus hombros y terminaban en su espalda. Su cara se alargaba hacia abajo, serpenteante y horripilante en todas sus características. Nada puede describirlo, porque no se parece a nada que exista en la tierra. Lo que no puedo describir suficientemente es su odio, y su odio en ese momento se enfocó en mí. Podía escuchar sus sucias palabras degradantes penetrar mi mente. Intenté tranquilizarme con lo que mi ángel me había comentado antes, cuando otra carga fue lanzada hacia mí con creciente rapidez y fuerza. Astuto y vulgar, sus acusaciones me llenaban de incertidumbre”.
“Esto solamente intensificó su asalto, uno tras otro, uno tras otro. Todo retorcido, exagerado, y después de cada palabra podía escucharlo sisear,
-¡Tú me perteneces! ¡Nunca Le pertenecerás!¡Tú te mereces estar aquí!¡Nunca podrás ser perdonado de todo!¡Eres mío y has sido mío todo el tiempo!
Miguel elevó su mano, lo cual paró el ataque de Satanás hacia mí, y con una voz majestuosa y tronante, Miguel gritó,
-Suficiente.
“Una luz brillante emanó de mis guías, creciendo en brillantez y vi a Satanás acobardado queriendo alejarse de la luz. Comenzó a aullar y a lanzar blasfemias contra nosotros con un rugido tan estruendoso que las paredes de la mazmorra debían haberse hecho pedazos. Rápidamente y enérgicamente, volamos hacia arriba y fuera de ese foso. Los portones se cerraron de golpe, y los enormes pernos fueron embestidos con fuerza a su posición anterior, encerrando para siempre a sus habitantes. Volamos hacia arriba, disparando nuestro vuelo a una velocidad cada vez mayor, y podía escuchar los gritos blasfemos de Satanás disminuir lentamente. Entonces, en un instante, estábamos fuera de esa horrible oscuridad y vuelta a la luz, lejos del calor y el hedor del infierno. Estaba tan agradecido de estar fuera de ese pozo de inmundicia, que lloré. Aferrado a mi ángel de la guarda, agradecí a ambos por haberme sacado de allí. Paramos, y Miguel me dijo,
-Solamente has visto una pequeña muestra del infierno, no lo olvides.
Y con eso, mis guías desaparecieron, y fui lanzado de nuevo, esta vez yo solo, a través de un túnel muy oscuro”.
“Cuando abrí ojos, estaba acostado boca arriba con un tubo en mi boca. Mi cabeza giraba y mi pecho dolía horriblemente cuando intentaba respirar. Estaba confundido y aterrado y no podía mover ni mis brazos ni mis piernas. En esa confusión pensé que tal vez había sido empujado dentro de aquel hueco en el infierno. Estaba desesperado e intenté con todas mis fuerzas salir de lo que estaba aprisionando mis brazos y mis piernas. Entonces escuché la voz de mi doctor explicándome de nuevo que debía relajarme, que la cirugía había terminado y que iban a retirar el tubo de respiración. Me di cuenta entonces de que estaba de nuevo en la tierra y en el hospital, y me sentí tan aliviado de estar aquí y no en el infierno”.
Alan suspiró, se incorporó de nuevo y bebió otro buchito de agua.
“¡Wow, Alan, qué historia! Así es que dime, ¿cómo ha cambiado tu vida desde aquella experiencia?”, le preguntó la enfermera.
“Bueno, nada de mi vida es igual, y cambió en el momento en que me retiraron el tubo de respirar. Pedí que viniera un sacerdote lo más rápido posible. Estaba frenético y le dije a las enfermeras que se dieran prisa en conseguirme un sacerdote. Ninguno podía acudir hasta el día siguiente, y esa noche no dormí nada. No me había confesado desde niño y no había acudido a misa desde bachillerato. Cuando llegó el sacerdote al día siguiente, le pedí que escuchara mi confesión. Tartamudeaba, no recordando cómo empezar, pero él pacientemente me llevó adelante. Duró tres horas, pero lo confesé todo. Cuando me dio la absolución, no podía parar de llorar, y lloré durante la hora después de su partida. A la semana siguiente salí del hospital, y después de recuperar las fuerzas, me senté con mi esposa y le pedí perdón por todo. Después acudí a cada hijo, y les pedí perdón porque les había fallado completamente. Al principio rehusaron perdonarme, pero eventualmente sí lo hicieron. Ahora estamos muy unidos y he intentado cada día demostrarles cuanto los amo”.
Sonrió.
“A Regina le tomó mucho tiempo, porque había sido tan malo con ella durante nuestros años de casados. No estaba convencida de que realmente había cambiado, pero con el tiempo sí me perdonó, y llevamos juntos más de cincuenta años ya. Sí, ella aceptó de nuevo a este pobre pecador, y sea Dios alabado por ello”.
Alan echó una ojeada a su anillo de boda y lo giraba en su dedo con su mano derecha. Después de una corta pausa, dejó de mirar sus manos y dirigió su mirada hacia mí.
“Desde entonces he pasado cada momento de mi vida recompensándoles y recompensando a Jesús. Oro todo el tiempo desde aquel terrible día, y acudo cada día a Misa y Comunión. Ahora nos encontramos con este cáncer. Regina lo está pasando mal aceptando el final aún más que yo. Yo sé que esta enfermedad ha hecho su recorrido y que me estoy muriendo. Deseo que llegue el día, pero no puedo en realidad compartir esto con ella, aunque me muero de ganas”.
Me sonrió.
“Menuda historia, ¿verdad? No sabes la cantidad de veces que la he contado, y cada vez, lloro, porque casi no lo consigo. Casi termino permanentemente en ese horrible lugar, y con razón. Pero Jesús en un acto de increíble y no merecida misericordia suya, lo cambió todo, y he pasado cada día de mi vida después en agradecimiento. La gente necesita darse cuenta de que nada es imperdonable porque Jesús es más grande que cualquier pecado. Pero no puede perdonarnos si no estamos dispuestos a pedir Su perdón”.
Alan tomó mi mano y la apretó.
“Todo lo que tenemos que hacer es amarle. ¿Cómo hacemos eso? Tu amas a la gente con la que te encuentras todos los días, ya sean tu familia o tus compañeros de trabajo, o como en tu caso, tus pacientes. Nuestro mandato es que amemos a todos, especialmente al tirano que nos odia”.
“Jesús no condenó a los soldados que le llevaron a la muerte, ¿verdad? Él es el ejemplo principal de cómo debemos tratar a los demás. Es tan sencillo, difícil muchas veces, sí, pero sencillo. Si conozco personas que están solamente preocupados en sí mismos, me siento obligado ante Dios de mostrarles el camino traicionero por el que transitan, así es que les cuento mi historia, la historia de lo que les pasará si continúan por el camino equivocado. Algunos lo aceptan, algunos lo rechazan, pero la semilla está ya plantada”.
Alan proseguía su deterioro mientras su vejiga continuaba sangrando. Ni una vez, ninguna de nosotras, jamás le escuchamos quejarse. Una noche llegué al trabajo e inmediatamente fui a ver cómo se encontraba. Estaba empapado en sudor y muy pálido, una palidez gris enfermizo. Le aseamos y cambiamos sus sábanas y su bata. Al terminar, me miró y susurró: “Ya casi se acaba”. Le abracé con el corazón roto, pues mi amigo se moría.
“Dios te bendiga, mi querido amigo” le susurré al oído. Alan me sonrió y en voz muy bajita me dijo: “Rezaré por ti cuando esté con Jesús”. Alan pronto comenzó a no responder, así es que llamé a su mujer y a sus hijos para que se acercaran. Estuvieron alrededor de su cama hasta que se quedó inconsciente. Su esposa veló por él todo el tiempo a la cabecera de su cama y nunca soltó su mano. A veces la besaba, la apretaba contra su mejilla como el día en que llegaron. Sus hijos, silentes y calmos en su dolor también se mantuvieron cerca de la cama. A veces se les oía cantar bajito o rezar. Alan murió en paz a las 3 de la mañana.
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