Jimmy Carranza es de Salvador y actualmente reside en México. Su conversión a Cristo no tenía cosas fuera de lugar. Era un chico normal y corriente como cualquiera de nosotros. En cierto momento tuvo que ingresar a la iglesia evangélica y fue en ese momento cómo comenzó a conocer a Cristo, tuvo que ser de esa manera. “La mejor decisión de mi vida fue poner mi vida en Cristo. Agradezco a Dios por darme el privilegio de ser cristiano. Es una gracia”, explica. Hubo un momento en que reconocer que Cristo puso su mirada en él.  Actualmente es predicador, coach y psicólogo. Anuncia la palabra y da charlas motivacionales. Reconocer que Dios le ha galardonado con muchas capacitaciones. 

Todo comenzó cuando tenía 7 años. Proviene de una familia nominalmente católica. Aunque se decían católicos, nunca iban a misa. Recuerda a la madre de unos amigos suyos de la infancia. Una vez le pidió permiso a su padre para llevarle a misa. Se llama Yolanda. “Vi a la gente que se levantaba para ir a comulgar. Me dió curiosidad por no saber qué estaba pasando”. Regresó a casa contento por lo que había hecho. Nunca nadie le había instruido sobre ello. Esta señora les llevaba a misa todos los domingos gracias a esta mujer, durante muchos años. 

En algún momento la hermana de su padre de repente se convirtió en una iglesia evangélica fundamentalista tras llevar una vida mundana. “Empezaron a llevar una vida muy rigurosa. Su tía le dijo a mi padre que si le daba permiso para llevarnos a la escuela dominical de ellos”. Así empieza a ir a las llamadas asambleas de Dios. No iba porque quería conocer a Cristo. Acudía porque después de las clases le daban dulces y porque luego se podía juntar con sus primos. 

“Empezó a correr por mí esa corriente evangélica protestante. Así pasé al culto general escuchando las predicaciones del pastor”, recuerda. Conforme pasó el tiempo aparecieron disconformidades con la familia, discusiones, el flagelo de la infidelidad llegó a su casa. Su padre fue infiel a su madre y esto afectó seriamente a toda la familia. Sintió el impacto de ese desajuste en él. “Esa rabia le hizo buscar salidas. Empecé a visitar discotecas a frecuentar chicas, mujeres. Aunque no bebía, me aparté de Dios”. Un día conoció a un amigo que le habló de los Testigos de Jehová. Dios se sirvió de este grupo para acercarle más a él. Esto retomó en él esa necesidad de saber de Dios. Preguntaba a este movimiento sobre lo que ocurría en su familia. Las respuestas que le daban no calaban en su corazón, algo en él no le convencía. A través de otro amigo conocí a otra persona y éste le regaló el Libro del Mormón, pero nunca lo leyó ni se acercó a ellos. Seguía de manera latente alimentando en él esa búsqueda. Poco a poco se fue sumiendo en una gran soledad. Sus problemas familiares le hacían alejarse junto con esa actitud retraída que tenía. Esta situación hizo que volviera a la iglesia pentecostal hasta la edad de los 18. En aquel momento no quería ser servidor de Dios. 

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