Jennifer es una hija amada de Dios, esposa y madre de Dios. Lleva en este camino muchos años. “Aquí la fe se practica desde que somos pequeños, hay muchas parroquias y muchos sacerdotes que nos guían”, explica. Después de hacer la catequesis de confirmación, el catequista les invita a continuar a los grupos de la parroquia para pertenecer a los lectores, a participar activamente de la Iglesia. Pasó por varios grupos hasta que con 19 años entró a estudiar y ya lo tuvo que dejar. Así se fue alejando del Señor, a vivir otras situaciones que no había vivido.
“De joven uno piensa que es el momento de vivir la vida, uno piensa que ese es el camino. No teniendo a Dios presente en mi vida tomé decisiones equivocadas”. En ese momento que estaba trabajando conoció a una persona de la que se enamoró pero era una persona que no estaba cerca de Dios. Tenía un corazón muy dolido y culpaba a Dios de todo lo que le ocurría. Jennifer también viene de una familia disfuncional. Sus padres no estaban preparados para recibirla. “Hay tres heridas que más pueden afectar a una persona en su edad adulta. Como mis padres no me esperaban llega esa primera herida de rechazo”, explica. Su madre también era una persona herida. “Las personas que han sufrido ese rechazo tienen una autoestima baja, suelen ser perfeccionistas y tienen un yo ideal y una gran necesidad de ser amados. No se aceptan ni aceptan a los demás, no tienen un sentido de vida claro”, sostiene.
También son personas que suelen tener miedo a ser criticados o decepcionados por eso ponen barreras a las relaciones. Utilizan ese mecanismo porque piensan que no es suficiente recurriendo a la comparación. “Todo esto hace un gran daño a uno mismo como a las personas que les rodean”. Jennifer pensaba en por qué se comportaba así, estos momentos suelen llegar en el momento de la madurez. “Empecé a investigar en por qué me sentía así. No me conformaba con estar así.
El llegar al camino de la fe me llevó a ser amada por Dios pero no era suficiente para mí”. Y es que, no tenía al Señor en el centro. Por gracia de Dios pudo encontrar más respuestas. Cuando tuvo esa relación tóxica con ese chico se acordaba de Dios y le pedía que si ese hombre no era para ella que lo alejara. “Mi padre tampoco estuvo presente, tenía un gran vacío. Esos vacíos hacen que uno pueda tomar decisiones equivocadas”. Pero, se veía incapacitada para dejarle. Veía que no iba a poder lograr tener una familia estable.
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