Juliana López tiene 24 años, está casada y tiene cuatro hijos. Tiene una hija que está en el cielo. Viene a contarnos lo que Dios ha hecho en su vida. Nació en una familia católica de tradición y entendió lo que es la fe ya con los años. “El santo Rosario me cambió mi vida y la consagración a María”, explica. A los 17 años gracias a un movimiento católico pudo conocer más al Señor. “Antes no reconocía mi valor. 

No sabía lo que valía como hija de Dios y como mujer”, reconoce. Sentía que se estaba alejando del camino. Fue una época de mucha rebeldía por su parte. Tenía muchos vacíos y dolor en su corazón. “Tenía odio y resentimiento por un suceso que viví en mi infancia”. Tenía mucha sed de ser amada y el mundo no le ofrecía ese amor que ella necesitaba. Creció en una familia con padre y madre, hicieron lo posible por darles todo el amor que pudieron. Un momento de quiebre en su vida fue a los 7 años cuando tuvo una decepción con su padre. “A mí me habían bautizado. No recuerdo haber ido a la iglesia, que yo rezara. 

En ese lugar Dios había puesto mucho a mi padre, lo había endiosado”. Su padre entonces cometió un grave error. A partir de ahí empezó a grabar ideas en su cabeza de poco valor hacia su persona. “Todos esos pensamientos le empezaron a hacer mucho daño. Me sentía sola, sentía que no tenía en quién confiar ni a quién contarle las cosas”. No tenía las herramientas psicológicas y afectivas para hacer frente a esa situación. Se llenó de miedo y vergüenza. Toda esa tristeza y decepción se fue transformando en demasiado dolor y todo ese dolor en ira y agresividad. “Tenía rabia y descontrol a lo largo de mi adolescencia”. A los 11 años contestaba mucho, no quería obedecer, no les daba la autoridad a sus padres. Interiormente tenía tanto dolor que se sentía con ese derecho de reclamar y comunicar desde la rabia. Así, se lee generó una gran desconfianza hacia los hombres. Tenía un profundo miedo a vivir un matrimonio. “Tuve que pasar por un profundo proceso de sanación y oración para superarlo”, reconoce.

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