Pedro García nos viene a contar su testimonio desde la capilla de una montaña en la provincia de Lugo (España). Le llaman José por el gran amor que tiene a este santo. Hace poco su padre partió al cielo y le enseñó que en la enfermedad se podía también vivir con alegría, así se lo transmitió a su hijo y a las enfermeras.
Toda su vida desde que entró en la fe ha estado llena de providencias. “Mi conversión fue un flechazo. Antes no creía en nada, vivía la vida como una persona corriente”. Conocía el Dios que le enseñaron de pequeño. Al conocer a su mujer y casarse siguió igual, considera que se casó por tradición. Después de casarse tampoco practicaba hasta que un día después del viaje de novios, una mañana estaba despierto muy temprano. No tenía sueño, se sentó en el sofá para matar el tiempo y se marchó a dar una vuelta. “Cojo la moto y empiezo a dar vueltas.
Vi un porche con unas flores de color lila. Aparqué y ví una iglesia debajo de un edificio alto. Me tocaron el hombro y era el sacerdote que nos había dado la formación prematrimonial”, explica. Un sacerdote muy santo según explica Pedro. El padre le dijo que ese encuentro “casual” era providencial y él no entendía nada. Le invitó a quedarse a misa. Se sentó en el último banco con la intención de irse cuanto menos se lo esperara. Se intentaba esconder pero el padre le llamó en ese instante.
“El padre me invita a leer la lectura en la misa. Veo la gente, miro al libro y cuando voy a leer siento como si me cortaran las cuerdas vocales. Sé lo que un mudo siente, de querer hablar y no me salían las palabras”, sostiene. Empieza a asustarse, no sabía que estaba pasando y le vino la respuesta: debía orar al Señor y pedirle misericordia. “Ayúdame a llevar bien la palabra a tu pueblo. Y en ese momento noté cómo entró en mi cuerpo calor, amor y fuerza”.
No podía creer lo que le estaba pasando. Al volver a casa todo lo que le había pasado, tenía la necesidad de contárselo a su mujer. El mensaje era que tenía que ir cada domingo a misa. “Empezó mi vida de fe. El Señor me fulminó y quería conocer más. No quería que terminara, quería que continuara, tenía sed.
Descubrí la belleza de los evangelios. Ahí tenía un tesoro escondido y descubrí el amor y la caridad”, explica. Así pensó cómo podía él ejercer la caridad y el Señor ya le estaba preparando una sorpresa. Pedro entró en una capilla y cogió un folleto justamente que hablaba de la caridad y se encontró con Jóvenes de San José. “Me pongo en contacto con Marcos Vera de Tekton y le transmito que me gustaría acompañarlos una noche con ellos. El día de San José me cita y ese día había mucha gente”, recuerda. Había multitud de gente en procesión con San José y ese mismo día acabó llevando él mismo a San José. Así empieza a involucrarse en este grupo ayudando a la gente sin techo. Aquello marcó su vida y pudo experimentar la alegría de servir.
¡No te pierdas este impresionante testimonio!
0 comentarios