Margarita tiene 31 años y es del norte de Uruguay. Es la menor de dos varones y actualmente vive en Argentina desde hace ya 14 años. Vino por estudios y ahí se quedó. Su familia no rezaba ni iba a misa. Fue un tiempo a un colegio de monjas pero tampoco lograba adaptarse.
Era una niña muy rebelde en esta época. En casa con sus padres, recuerda tener una infancia bonita, ya que le consentía todo pero lo que nunca tuvo era una infancia en la que se le educara en la fe católica. Su abuela reconoce que sí que era muy creyente, era una persona de mucha fe, se levantaba de madrugada para rezar el rosario. Para Margarita es un gran ejemplo de lo que significa el amor a Dios. En su momento no entendía bien porque hacía todo eso.
Se define como una niña caprichosa y a los 17 años cuando llegó a Argentina se dió cuenta que ahora le tocaba a ella hacerse todo, cocinar y convivir con gente muy diferente a ella. Estuvo muchos años trabajando en estos campos, le sirvió para conocer a muchas personas y maduró mucho en estos años. Pudo valorar mucho más las cosas de lo que lo hacía antes.
Estuvo así durante años, en diferentes estancias, aprendiendo y conociendo hasta que un día le cansó mucho la soledad y se marchó a vivir a Calafate que es un pueblo turístico. Ahí trabajó de todo, en una agencia de viajes, hostelería que le permitió capacitarse en muchas cosas. “Era una persona que estaba muy metida en el yoga, la meditación, el reiki, pero nada me llenaba. Los trabajos no me llenaban y las relaciones que tenía eran muy desordenadas. Además en aquel momento era muy altanera”, cuenta.
No le importaba lo que le decían, dejaba el trabajo, volvía, y de la misma forma ocurría con las parejas. Estaba muy alejada de Dios. Estando en Calafate, tuvo una pareja, al principio iba todo bien pero la relación empezó a torcerse porque era una persona muy celosa. “Recuerdo un día que me tiré al piso a llorar y comencé a rezar, ya venía con problemas pero ese día explotó todo. Pasó a la agresión y a la violencia”, sostiene. Sin saber rezar, sin saber cómo hablarle a Dios sintió que necesitaba esa ayuda por su parte. Le decía que le tenía que ayudar, sacar de esta situación. Margarita no era feliz, era una persona que le cortaba las alas y no la dejaba hacer nada. Esta situación le volvió una persona agresiva y a la vez triste.
“Cuando me levanté sentí como un fuego que no recuerdo bien cómo explicar, pero encontré a Dios ese día. Él me estaba esperando en el momento justo. Pensé que Dios era un Dios lejano que condenaba y que todo era pecado. Me fui dando cuenta que es lo más amoroso y bueno que va a haber”, reconoce.
A partir de ahí, dejó la relación y en todo este proceso de sanación pudo perdonarle. Tras este acontecimiento Margarita tuvo un encuentro con el Papa Francisco en el Vaticano, esto le cambió la vida para siempre. “El mensaje del papa ayudó mucho a mi conversión con su mensaje tan claro y a la vez tan sencillo”, cuenta. Este encuentro hizo que Margarita se acercara más a la Iglesia.
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