Isa Ferrando tiene 28 años es de Valencia y en julio ingresará como monja contemplativa carmelita descalza. Esta historia se remonta a cuando tenía 14 años. Era una chica con muchas preguntas, una de esas preguntas siempre tenía que ver con el sentido de la vida. “Fui una niña muy inquieta, quería saber todo. La pregunta por el sentido a la vida, esa pregunta de manera instintiva me llevaba a Dios”, explica. 

Sin embargo, le extrañaba como en su ambiente la gente se cuestionara tanto todo a pesar de vivir en un ambiente católico. Venía de un ambiente dónde creer en Dios era algo normal, para ella sin embargo no era algo tan evidente. “Yo era una persona muy racional, necesitaba ver a Dios para creer de verdad en él. Llegó a un pacto con Dios y es que le diera una señal para saber si realmente existía. “Llegué a un pseudo agnosticismo”, sostiene. 

A los 14 años a raíz de unas charlas que vinieron a darles en su colegio, hubo una noche muy concreta dónde no ocurrió nada extraordinario pero sí que sintió la llamada de Dios. “De Dios no nos habían hablado mucho pero sí del prójimo. Había estado revuelta con todo el tema del prójimo y no lo vinculaba tanto a Dios. Pero esa noche tuve una experiencia muy fuerte de Dios. Tuve la certeza de que Dios existía y que me pedía que fuera suya”, comenta. 

No consiguió explicar con la razón lo que aconteció esa noche. El día después decidió comprarse un diario para ir escribiendo todo eso que había sentido y lo que se había transformado en ella. “Estuve tres meses escribiendo mucho y un día se me ocurrió buscar en google qué hacer cuando Dios te llama”. La respuesta de Google es que igual a lo que le estaba llamando Dios era a la vida religiosa.  De los 14 a los 18 siguió siendo una adolescente como los otros pero con ese secreto por una vocación que acabaría por darse. “Todo lo encaminé hacia ese objetivo. Me sentía como una privilegiada. A la intensidad de la llamada hay que sumarle que una adolescente está con las hormonas revolucionadas. Era una época de una intimidad muy bonita con Dios”.

Antes de la selectividad, comunicó que quería estudiar magisterio. La familia y la gente que le rodeaba le sorprendió. En la universidad iba convencida de que iba a estudiar la carrera y después ingresaría en el convento. “Estudié en una universidad pública, hay que decir que venía de un colegio católico y me cuidaban mucho en ese aspecto. Encontré que mi clase de magisterio aunque eran ateos eran buenísimas personas incluso mejores que muchos amigos míos creyentes”. Esto choca mucho con su propia realidad. Dios le había cautivado pero sintió que había sido una relación más entre ellos dos que con el prójimo. “Me empecé a dar cuenta que mucha gente era mejor que yo. Me enfadé mucho incluso con Dios. Empezó el efecto rebote”.

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