Paola Altamirano vive en Quito (Ecuador), viene a compartirnos su testimonio del milagro que Dios ha hecho en su vida. Tiene 33 años y estudia psicología. Cuando era joven le hicieron una resonancia magnética y el resultado fue que tenía un tumor. Los médicos le dijeron que tomara unas pastillas y que se curaría. Tenía sólo 16 años. “No entendía por qué pasaba eso. Tenía un tumor en la cabeza, comencé con un dolor de cabeza horrible. No sabía qué hacer, me tenía que poner un antifaz en la cabeza”, explica.
Los padres de Paola vienen de una familia muy unida, sus padres están felizmente unidos, sus padres le dieron muchas comodidades. Siempre su padre se enfocó en que los jóvenes deben hacer las cosas bien y siempre quiso seguir el ejemplo de su padre. “Mi intención era honrarles”, recuerda. Fue criada por su abuela, más tarde falleció y ese duelo fue duro para ella. Sus padres, debido a su enfermedad, tuvieron que invertir mucho en su medicación ya que tenía que tomar bastantes pastillas a la semana.
En estos años, pasó por muchos especialistas, el resumen siempre era, que no se podía hacer nada, solamente tomando la medicación era suficiente. Le recomendaron que no era posible operarse por cirugía, no se atrevían a operarle. El sueño de Paola, era tener su fundación para ayudar a muchas más personas que hayan pasado por una situación parecida. Con 17 años conoció a una persona que le ayudó mucho en este proceso. “Me entendió tanto, fue mi compañero de dolores. Fue mi apoyo incondicional”. Se acostumbró a pasar mucho tiempo en el hospital y a que le dijeran que su enfermedad no tenía solución.
A pesar de ello tenía el apoyo de su familia y de su pareja. Recuerda que en este proceso se quejaba mucho y pedía a Dios y a la Virgen María que no pasara por estos dolores y este sufrimiento. “Le preguntaba a Dios el por qué me pasaba lo que me pasaba. Si yo trataba de hacer las cosas bien. Me cansé de preguntar tanto el por qué pero no me voy a detener en mis planes haciendo lo que quería hasta el final de mis días”, sostiene. Con la enfermedad se dió cuenta de muchas cosas que si no hubiera sido con la enfermedad, ni se lo hubiera planteado. “A pesar de valorar todo, me seguía cuestionando el por qué”.
Llegó un día en que una amiga le dijo que había un doctor que era de los 10 más buenos del mundo. “Mis oraciones cambiaron e iban dirigidas a decirle que la ciencia avanzara y que hubiera algún doctor que se atreviera a operar. Confiaba en ese momento más en la ciencia”. Confiaba en que el doctor al que iba a acudir no le pusiera ninguna excusa. “El tumor me estaba afectando la visión, subí de peso y tuve problemas muy vergonzosos. Solo quería que el doctor me operara”.
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