Marcos Martínez es un joven que está a punto de convertirse en periodista. Viene de una familia agnóstica no militante como bien explica Marcos y vivió una infancia feliz. Cuando llega a la preadolescencia se empiezan a despertar en Marcos unas inquietudes fruto de ese racionalismo familiar del que había bebido. Tampoco quería expresar públicamente realmente aquellas cuestiones que le sobrevolaban.

“Empecé a tontear con el alcohol y con las drogas pero nunca drogas duras aunque siempre estuve rodeado de ellas. Me recreaba en la fiesta y buscaba el punto máximo de la noche. Tenía relaciones esporádicas con chicas”, explica. Toda esta situación le alejaba de lo que de verdad le importaba y sus notas empezaban a caer en picado. No tenía ganas de estudiar ni de seguir en esa rutina. No quería que sus amigos le vieran como el raro del grupo. “Me convertí en esa persona que formaba parte del grupo pero a costa de renunciar a lo que de verdad quería”, sostiene.

En bachillerato recuerda que aprobó muy pocas asignaturas. Esa exigencia familiar se hace presente y empieza a esforzarse por aprobar las asignaturas suspendidas. Un día pasó al lado de la iglesia del barrio y pasó. Se sentó en la iglesia y le habló por primera vez a Dios. “Me puse en manos de una presencia que ni sentía, ni conocía. Le dije que en el caso de que existiera que le ayudara con su vida”. En ese momento hizo una promesa y era que si el Señor le ayudaba él se comprometía a hacer el Camino de Santiago. En ese momento trabajaba los fines de semana para poder darse sus caprichos y no disponía tampoco de tiempo.

Llega diciembre y tenía en su mente esa promesa que debía cumplir. Aprovecha el puente de la Constitución y coge la mochila y se marcha a hacer el Camino de Santiago. “Empiezo ese camino con una sensación de desnudez absoluta. Debido a esa fiesta continua tenía un estado de ansiedad que me hacía estar siempre con gente. En este viaje, me encuentro solo debido a aquel día que hablé con alguien que apenas conocía: el Señor”.

Marcos ese día vió a un peregrino cristiano en medio de la tormenta de ese día durmiendo. “Mirar a ese peregrino y ver esa paz y ese descanso en medio de la tormenta me hizo reflexionar que yo quería vivir como él. Con el tipo de vida que llevaba era imposible”. En ese momento sólo, en pleno diciembre con frío florecían esas preguntas. “En el momento de llegar a Santiago, el Señor sembró en mí el don de la fe y en ese momento entendí que Dios existía”.

¡Conoce cómo termina esta preciosa historia de conversión!