Manuela estudia sexto de Medicina. Nacida en Tenerife, sus padres no le hablaron de Jesús, sí que la bautizaron porque un sacerdote se lo recomendó. A partir de los 15 años Manuela empezó a preguntarse el por qué hacía las cosas, una serie de preguntas que en ese momento no encontraba respuesta. Esas preguntas le hacían llorar.
Su hermano, cinco años mayor que ella, se fue a estudiar a Santiago de Compostela y tuvo una conversión muy importante que no contó. “Nosotros pensábamos que le habían lavado el cerebro, él hizo la comunión sin contarlo”, explica. Manuela buscaba la respuesta en los libros, leyendo libros de religiones, pero tampoco funcionaba.
Un día Manuela decidió ir a visitar a su hermano a Santiago con los amigos que frecuentaban la capilla universitaria. Su hermano le propuso ir a misa y le acompañó sin saber qué era arrodillarse ni todo lo que allí aconteció. Recuerda que había muchos jóvenes de Cracovia de la JMJ. Era un ambiente que le empezó a llamar la atención por la simpatía del grupo y la acogida que tuvo con ella.
Su hermano le contó su historia de conversión y juntos lloraron. A su vuelta a Tenerife Manuela lloraba todos los días. Tuvo la idea de visitar a un sacerdote y el sacerdote le dijo que leyera las Confesiones de San Agustín y que escribiera todas las noches el Padre Nuestro que no lo sabía. Empezó a ir a misa sola y después su padre la acompañaba. Su padre se acercó al Señor, sólo faltaba su madre.
Manuela recibió los sacramentos ya de mayor.
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