Raúl Francisco Martínez no viene a ser ejemplo de nada sino que se propone como instrumento para que su humilde historia llegue a quién tenga que llegar. Nació en un contexto culturalmente católico, en un país dónde recibieron la fe católica, pero esta misma fe se ha convertido en un aspecto cultural. Esta situación la pueden vivir muchas personas que viven en países con raíces cristianas. “A veces creo que es mejor la situación del que es verdaderamente ignorante de la fe que aquel que dice que la conoce. Porque el que no la conoce va a tener esa apertura natural a dejarse sorprender”, explica. En este caminar nunca estuvo sólo. 

Cuando iba a sexto de primaria, sus padres se divorcian y en su momento aunque no pensaba que esto tuviera efectos, siempre los tiene. Estaba en un colegio católico. Había dos aspectos, uno que tenía una asignatura que tenía que aprobar y por otro lado la parte familiar que se vió quebrada en esta educación de la fe. “No bajábamos a lo que es realmente con la virtud en casa. En el colegio me topé con verdades de la fe pero en mí no había brotado esta pasión que nace del encuentro con Jesús”, reconoce. 

Al acabar la primaria si tuvo un acercamiento a grupos juveniles dónde tenía un especial cariño a Jesús o al ángel de la guarda, pero era más bien algo sentimental, tenía más que ver con la inocencia de un niño. “Empecé a tener amistades que promovía muchos pecados que van contra la vida cristiana. Sobre todo tenía que ver con el tema de la pornografía”. Cuando no hay un núcleo familiar sólido reconoce que es fácil entrar a este monstruo que es la pornografía. 

“Hay mucha distorsión del don de la sexualidad. Afortunadamente me tocó una época dónde no había tanta accesibilidad como ahora”, sostiene. A lo largo de su adolescencia tuvo que batallar con ese pecado, en ese momento no sabía si era algo malo o no. Siempre tuvo un sentimiento de culpa y vergüenza de que algo no estaba bien en lo que estaba haciendo. Después por los problemas familiares tuvieron que mudarse y se fue a vivir con sus abuelos. Entró en un colegio no católico y ahí se dió cuenta que existían un gran grupo de personas con hostilidad hacia la fe. “Hacían burlas a los postulados católicos y yo no tenía celo en defenderlo pero como había estudiado la asignatura sí daba respuesta”. 

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