Raquel es de Córdoba (Argentina) y es madre de tres hijos. Viene de una familia católica, la mayor de sus hermanos. Su madre católica practicante, su padre no. Cuando tenía seis meses de edad toda la familia se fue a Córdoba porque tuvo complicaciones para nacer. Tuvo una niñez feliz pero no tan feliz como bien explica. “De los cuatro a los once años fui abusada por un primo pero no dije nada hasta el día de hoy, no sé por qué”, explica. Con su hermana fueron a un colegio católico. Cuando llegaba el verano acudían a visitar a la familia de su madre y ahí ocurría este suceso tan doloroso para Raquel. “No recuerdo cómo comenzó todo. Sí me voy acordando después del rechazo que voy teniendo hacia mi primo pero tampoco decía nada”, reconoce. Así fue pasando su niñez, entre recuerdos hermosos con sus primos en la capital.
A los 9 años al colegio al que asistía era la jornada de la juventud y en su colegio le tocaba hacer la paloma de la paz. No puede asistir porque le muerde un perro, ese fue uno de los primeros milagros del Señor en su vida. “Me salvaron la pierna porque por un milímetro casi me la cortan”. Era una niña feliz con sus amigas, con ellas iban a misa todos los domingos. Su madre cada noche antes de dormirse se sentaba a su lado a rezar una oración que ella misma hacía. Llega la adolescencia y con esta época complicada se sumaba el alcoholismo de su padre. No recuerda que su padre le pegara de pequeña pero sí de mayor. “Verlo borracho me producía mucho rechazo, mucha bronca. Todo eran choques y eso significaba tener golpes”. Su madre sufrió este dolor en silencio. Así fue pasando su vida. Tiene la fortuna de poder conocer a San Juan Pablo II.
“Fui servidora de él. Recuerdo con mucho amor viéndolo pasar”. Entre este calvario que estaba viviendo en su casa, llega su hermano y pensaba que le iba a devolver la vida entre tanta agonía. Pero las cosas continúan igual. “Mi rebeldía hacía que tomara malas decisiones. Para darle bronca a mi padre me ponía una falda corta”, sostiene. Siempre se sintió la oveja negra de la familia. Llegan sus 17 años y le pide a su padre que como regalo de Reyes le dejara viajar a Buenos Aires. “Fue a la capital y conocí a su primer amor con quién tuvo su primera relación. Mi tía me dijo que estaba embarazada”. Le hacen una ecografía y le confirman que no estaba embarazada. Fue tal la vergüenza que le causa a su padre que se mudan de lugar. “Intenté buscar en la parroquia un lugar dónde resguardarme. Encontré un grupo de jóvenes con los que compartía muchas cosas”.
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