Norma López es de México pero vive en California. Tuvo una infancia muy bonita. Viene de una familia numerosa. Su padre era comerciante. Sus padres eran católicos, para su madre era lo más importante. A pesar de que tenían poco conocimiento de la fe. De su madre aprendió mucho. Es la menor de las hermanas. En México fue a la escuela hasta la secundaria. Entró a trabajar joven. A los 11 años se fue como catequista, le gustaba mucho trabajar con niños. Era feliz teniendo a niños de 7 años. Vivía la fe de una manera muy bonita. A los 12 años pudo vivir su primer retiro. Era un retiro para jóvenes con problemas de adicciones.
En su familia vivieron un caso de adicción, uno de sus hermanos tuvo esta adicción. Vivían en una zona, en una colonia dónde se vivía mucho en este ambiente. “Mi hermano empezó a salir mucho a la calle y cayó en las drogas. Cuando mi madre se dió cuenta buscó muchas maneras de ayudarlo”. A los 19 años de edad su hermano falleció por este motivo.
Pasaron por unos momentos muy complicados. Reconoce la fortaleza en la fe de su madre. “Recuerdo a mi madre estar orando mucho tiempo seguido al lado de su caja”. Tenía 15 años cuando su hermano falleció. Norma comienza a ir de un lado para otro. Se salió de las cosas de Dios. Siguió el camino de los jóvenes. “Comencé a meterme en el mundo y soltarme de Dios. Fue complicado porque a los 19 años me quedé embarazada. Tengo a mi primer bebé”. Comienza una vida complicada para ella. Tuvo a su hijo, lo crió sola. Fue su impulso de seguir adelante.
Tenía una sed de Dios muy grande. El haber vivido un retiro, ese encuentro con el Señor le cambió su vida, recuerda las experiencias maravillosas que allí vivió. Una hermana que vivía en Estados Unidos le recomendó que fuera a Estados Unidos para darle una vida mejor a su hijo. Escuchaba mucho hablar del sueño americano. La detienen en la frontera y la dejaron un día entero encerrada sin saber de su hijo. Gracias a Dios pudo regresar a su país. “Venía con una cultura diferente. En mi país había misas, festividades. Lo veía un país apagado. No daban ganas de ir a misa”, explica. Acudía los domingos a misa con su hermana pero no sentía el espíritu de Dios. Seguía sintiendo la necesidad de Dios. Así vuelve al mundo, a los bailes, a salir, siempre pendiente de su hijo. “Viví momentos de depresión por estar lejos de la familia. Sobre todo cuando los padres enferman y ves que no puedes estar acompañándolos”.
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