La vida de Inma cambió radicalmente hace seis años. Se ahogaba cuando hacía algún esfuerzo y los médicos no le hacían mucho caso. Finalmente llegó la palabra cáncer a sus vidas, un cáncer de pulmón, intratable, incurable. “Te das cuenta que no te quieres resignar, aún así le pregunté a mi oncólogo cuál era mi esperanza de vida, me dijeron que cuatro meses”, recuerda.
Lo siguiente que Inma pensó fue en sus hijos. Hablando con su oncólogo le iban cerrando puertas. “Estaban buscando pacientes para entrar en un nuevo ensayo clínico, para eso me tenían que biopsiar para saber el tipo de cáncer de pulmón”.
Todo esto llegó en un momento muy feliz para Inma, en lo profesional y en lo personal. “Estoy convencida que el Señor me puso la enfermedad porque quería que cambiara mi entorno y cambiara yo. O me ponía un muro de choque o no me iba a dar cuenta lo que estaba pasando en mi vida”, explica.
Era la forma de decirle que era el momento de confiar en el Señor. “Fue lo más duro, más que el momento del diagnóstico. El tener que sentarme y saber que estaba en sus manos y que sea lo que tu voluntad quiera”, relata. No podía hacer absolutamente nada que esperar y dejarlo en sus manos, abandonarse en sus manos fue lo más difícil para Inma pero consiguió mucha paz en el alma.
Ese pánico que tenía de entrar en quirófano se le va. Fue un día complicado porque tenía los pulmones encharcados. Fue un día muy duro pero consiguió llegar al quirófano y mientras le iban informando cuánta gente había en oración por ella ese día. “Había gente de toda la parroquia rezando por mí ese día”.
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