Esther es de Sevilla, aunque ahora vive en Houston. Desde muy pequeña ha experimentado a Dios en su casa. Sus padres son creyentes y ya desde que era niña ha visto a sus padres leyendo la Biblia y hablando con Dios en su habitación. Como familia además han compartido tiempo de oración cada vez que han necesitado algo en algún momento especial o simplemente para darle gracias. “Siempre Dios ha estado presente y lo he vivido de una manera muy natural.
Cuando tenía seis años su madre antes de dormir le preguntó si sabía quién era Jesús y lo que había hecho por todos nosotros. “Esa noche mi madre me explicó que el ser humano estaba separado de Dios por culpa del pecado. Que el pecado es todo aquello que hacemos que no le agrada a Dios”. De este modo, le explicó que Jesús era el único mediador con ella. De esta forma, comprendió que Él había venido a la tierra y muerto por nuestros pecados y sólo aceptándolo como salvador podría tener una relación directa con Él y disfrutar de la vida eterna.
“Aunque era pequeña y no lo entendía todo, entendí ese día que Jesús era mi salvador y le pedí que entrara en mi vida y que me perdonara por mis pecados. Después siguió con su infancia y recuerda que siempre sintió al Señor cerca. Hablaba con él, le pedía ayuda, le hablaba de sus amigos. Con 11 años tuvo su primera respuesta ante una oración que le había hecho. En esta experiencia Esther vio la mano de Dios y la marcó. “Estaba en la calle jugando con mis amigos y había unos chicos que no conocía. Uno de mis amigos dijo el nombre de uno de ellos. Se veían chicos complicados. Jugando llamé a ese niño por el mote”, explica.
Ese chico se enfadó conmigo, le habló violentamente y le dijo cosas muy feas. Volvió a casa y recuerda esa noche de haber pasado miedo. Al día siguiente al volver a casa del colegio el chico le estaba esperando fuera y no iba solo, iba con la hermana mayor. Le fueron persiguiendo de camino a casa tirándole piedras.
“Durante toda la tarde no pude dormir. Recuerdo que hablé con Dios y le pedí que me cuidara y no me hicieran nada malo”. No sabía lo que estaba sintiendo, luego descubrió que era ansiedad. “Cuando me vieron al día siguiente el mismo chico, se acercaron a mí, me saludaron por mi nombre y me hablaron con cariño como si no hubiera pasado nada los días anteriores”. Para Esther ese suceso fue un milagro. Algo que sin duda el Señor hizo por ella.
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