Una de las disputas más duras que se registra en la Biblia es la que sostuvieron Pedro y Pablo en la ciudad de Antioquía, a fines del año 48, cuando ambos se encontraron allí por cuestiones misioneras.
La discusión fue tan grave que, siglos más tarde, y para disimular el escándalo, san Jerónimo explicó que fue una pelea simulada. Pero san Agustín le hizo notar que se había tratado de una verdadera pelea.
Todo comenzó en Antioquía de Siria donde se había formado una pequeña comunidad cristiana extraña y original, pues se habían incorporado en ella por primera vez numerosos paganos. Allí trabajaban como dirigentes Pablo y Bernabé. Surgió la cuestión de si era obligatorio para los nuevos cristianos cumplir también con las leyes judías de Moisés. Al reflexionar, los dirigentes antioquenos llegaron a una conclusión: Si Cristo ya nos había salvado con su muerte y resurrección no era necesario seguir siguiendo las normas judías.
Por lo tanto, se autorizó a los cristianos a no cumplir los preceptos judíos. La noticia de esta postura llegó pronto a la Iglesia madre de Jerusalén y sus dirigentes más conservadores vieron con malos ojos lo que estaba sucediendo. Para ellos, al abandonar la ley de Moisés estaban tirando por la borda 1000 años de tradición. Enviaron entonces a Antioquía algunos delegados para ver si eran ciertas las noticias. Pablo se molestó con la llegada de esos enviados, en su carta los llama «intrusos».
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