En la Misa de clausura del Sínodo de la Sinodalidad, el Papa Francisco señaló que “quizás tengamos muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia”, pero recordó que adorar a Dios y al prójimo “es la mayor e incesante reforma”.
El Papa Francisco presidió la Santa Misa de clausura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
El Santo Padre se situó a la derecha de la nave central de la Basílica, junto a la escultura de bronce de San Pedro. La Santa Misa fue celebrada por el Cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo.
En la Eucaristía estuvieron presentes cerca de cinco mil personas, entre las que se encontraban los obispos, religiosos y laicos que han participado en el Sínodo de la Sinodalidad que inició el 4 de octubre.
Tras las lecturas en inglés, español e italiano, el Pontífice leyó su homilía, donde recordó que “el mandamiento más grande” es amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”.
A continuación, señaló que el segundo mandamiento es semejante al primero y también importante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Partiendo de esta idea, el Santo Padre advirtió que debemos amar a Dios y “no nuestras estrategias, no los cálculos humanos, no las modas del mundo, sino amar a Dios y al prójimo; ese es el centro de todo”.
Amar a Dios con la adoración y el servicio
En este sentido, explicó que a Dios se le ama a través de la adoración y el servicio. Aclaró que “la adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito y sorprendente de Dios. Sobre todo ahora que hemos perdido el sentido de la adoración”.
“El asombro de la adoración es esencial en la Iglesia. Adorar, de hecho, significa reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia, los destinos de la historia. Él es el sentido de la vida, el fundamento de nuestra alegría, la razón de nuestra esperanza, el garante de nuestra libertad”.
Más tarde, subrayó que “quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son obra de las manos de los hombres”.
“La confirmación de que no siempre tenemos la idea justa de Dios es que a veces nos decepcionamos: me esperaba esto, me imaginaba que Dios se comportaría así, pero me he equivocado. De esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de Él”.
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