Le decían ‘La señorita verdad’. Fue maestra de primaria de mi mamá, y tenía la manía de decir al final de casi cada frase: ‘¿verdad?’ Quizá deseaba que le reafirmaran lo que enseñaba, pero sólo lograba divertir y distraer a sus alumnas, que se la pasaban contando cuántas veces usaba aquella muletilla. Es una anécdota del siglo pasado, porque hoy en día nadie busca que le reafirmen su ‘verdad’, cada uno piensa que la suya es válida simplemente porque es suya.
Así, nada es seguro ni cierto, todo se vale: que la ‘verdad’ de una mujer sea que es hombre, la de un adulto, que es niño, la de un niño que es un gatito, y que cada uno deba ser tratado conforme a su ‘verdad’, sin que nadie ose hacerles entrar en razón, no sea que hieran sus sentimientos. Y es curioso que quienes rechazan la fe alegando aceptar sólo lo ‘científicamente comprobable’, estén dispuestos a aceptar presuntas ‘verdades’ de las que la ciencia puede comprobar que son ¡absolutamente falsas! Ahora resulta que la ciencia y la fe son aliadas, porque ambas defienden la verdad objetiva, en oposición a quienes apoyan ‘verdades’ que carecen no sólo de comprobación, sino de sentido común.
El 28 de agosto la Iglesia celebra a san Agustín, incansable buscador de la verdad, en cuyo tiempo circulaban, como ahora, muchas falsas ‘verdades’. Las examinó y descartó todas, y no paró hasta encontrar la que buscaba. Y para su sorpresa lo que halló no era una idea, sino una Persona: la única en toda la historia que se ha atrevido a afirmar de Sí que es “la Verdad”, la única que puedes creer y seguir y no te engañará.
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