Se llama Olivia y tiene 3 años. Con la inocencia de una niña, cada mañana, acompañada de su padre, cruza el templo del colegio hasta abrazar con intensidad al Sagrario. Dice que ahí está Jesús. Quienes rezan a esa hora quedan asombrados.
Cuentan en Aleteia que una persona Escuchó a una niña pequeña señalando las pinturas de las paredes, a una ovejita, y a su padre diciéndole qué escena del Evangelio representaba. Eran los pasos de la niña, tranquilos hasta ese momento porque iba de la mano de su padre, cuando esos pasos se aceleraron de repente. Soltó los dedos de su padre y fue corriendo suavemente hacia el Sagrario.
Se trata de una pieza especial. Es un Sagrario con pie, a la derecha del altar según se mira, con su luz encendida detrás. Al nacer desde el suelo, es peculiar. De alto, como una persona adulta. Rojo y naranja hasta llegar a las puertas, donde está representado el Pan. Es la llama de la Vida. Como un horno que calienta el alimento que nos espera para recibirle. Subió los tres peldaños que hay y abrazó con ganas al Sagrario. Con una ternura increíble. Su padre la esperaba detrás. Según cuenta esta persona que estaba presenciando este precioso momento, no fue un abrazo rápido. Se recreó en el abrazo. Intenso. De amor de verdad.
Esta práctica diaria de Olivia no ha nacido sola. Ha estado motivada por sus padres. Jaime es joven, pero con Beatriz, ya tienen a Olivia (3 años), Felipe (2) y un tercero en camino, Diego.Ellos se lo han transmitido así a sus pequeños: “Quiero para mis hijos que tengan un acercamiento más natural y que sean capaces desde muy pequeños de tener una intuición más profunda de lo que es este misterio: la grandeza de que Dios se haga un pedacito de carne y esté esperando en el Sagrario de la Iglesia a cada uno de nosotros”, cuenta el padre.
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