Ante las diferentes noticias de abandonos del sacerdocio, ya ninguna información parece que impresione. Os presentamos el testimonio de santa Teresita del Niño Jesús, que entregó su vida entera en el Carmelo por los sacerdotes. 9 de abril de 1888, lunes. Teresa Martin cumple 15 años en enero y finalmente puede unirse al Carmelo en Lisieux. Ha estado esperando este día, su corazón está lleno de una gran alegría, pero a pesar de su corta edad, no se hace ilusiones, sabe que acaba de entrar en el camino de un sinfín de dificultades. Parece que debe sentirse bien en el lugar deseado, y bien es cómoda, cálida, plena, sin preocupaciones y problemas que resolver.
Ya hay dos hermanas suyas en el carmelo. Esto sin duda debía darle la oportunidad de algún tipo de conocimiento y apoyo, aunque solo sea al principio.
Sin embargo, Teresa enfatiza que todo, desde el primer día, es como ella lo imaginó, lo cual implica grandes dificultades. En el monasterio hay un estilo de vida austero, hay muy poco tiempo para dormir, las comidas son modestas, tanto en cantidad como en calidad. A pesar de la presencia de dos hermanas suyas bajo un mismo techo, Teresa tiene un contacto muy limitado con ellas.
Pero ¿para qué todo esto ? ¿A los quince? No hay manera de ir sin fe. Sin amor no puede continuar y llegar al final. Sin esperanza, es imposible comprender el propósito y el significado del esfuerzo emprendido. ¿Cuál es el objetivo de Teresa. Su reacción es asombrosa. Preveía que habría problemas y que le esperaban muchos sufrimientos, sobre todo en la domesticación de sus hábitos, sus hábitos de confort y de habitaciones cálidas. Sin embargo, desde el primer día, no solo acepta estas dificultades con los brazos abiertos. No huye ni se encoge de miedo, sino que no quiere que se desperdicie nada de su sacrificio.
Ella decide que todo lo que tendrá que enfrentar, desde entonces hasta que muera, lo quiere sacrificar por los sacerdotes. «El sufrimiento me tendió sus brazos, y yo me lancé a ellos con amor… Para qué vine al Carmelo, lo declaré a los pies de Jesús Hostia, durante el examen que precedió a mi profesión: vine a salvar almas, y especialmente para orar por los sacerdotes». Fue fiel a su decisión de orar por los sacerdotes hasta el último suspiro, que tanto le costó en la dolorosa agonía del 30 de septiembre de 1897.
Estaba convencida de que ningún sacerdote del mundo perseveraría fielmente en el sacerdocio y viviría de manera santa si no tenía apoyo en la oración. Y es que comprendía totalmente la relación entre el sacerdocio ministerial y la Persona y el sacerdocio de Cristo.
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