Reacio en un principio, por motivos religiosos, a tener que alimentarse de los muertos, Numa al final cedió y siguió trabajando el doble que los demás. Fue el que más nieve quitó tras el alud y estuvo siempre dispuesto a hacer expediciones, aunque las fuerzas no le acompañaran. El 11 de diciembre de 1973, después de ofrecer su cuerpo al resto de compañeros, y 61 días después del accidente, el joven -que cumplió los 25 en el fuselaje y llegó a pesar menos de 30 kilos- moría con una nota del evangelio de San Juan en su mano: «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos». Pero, ¿quién fue en realidad este discreto y ferviente católico llamado Numa Turcatti, personaje central y narrador de La sociedad de la nieve, y líder casi «espiritual» de los Andes, que sigue cautivando a tanta gente cincuenta años después de la tragedia?
Uno de sus grandes amigos cuenta que era una persona sensacional, amigo de sus amigos, un tipo bondadoso, solidario como lo fue en la montaña, gentil, atento, afable… y muy buen cristiano. “Algún día nos reencontraremos en el cielo. Siempre pienso que Numa en la cordillera fue un apóstol, por su actitud, por estar tan agarrado a la fe. Estoy seguro de que el día que Dios lo llamó le abrieron la puerta grande. El apóstol que fuiste acá lo serás también desde el cielo, y nos estás esperando”, fueron sus palabras.
Así hablaba Nando Parrado de Numa en su libro Milagro en los Andes: «Aún no le conocía bien pero, en los pocos días difíciles que pasamos juntos, nos impresionó a todos por su calma y su discreta fortaleza. A Numa nunca le entró ningún ataque de pánico ni perdió los nervios, nunca cayó en la autocompasión ni en la desesperación; tenía algo de noble y desinteresado que todo el mundo percibió. Se preocupaba por los más débiles y consolaba a quienes lloraban o tenían miedo. Parecía importarle el bienestar del resto de nosotros tanto como el suyo propio y todos sacamos fuerzas de su ejemplo”.
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