Sara y Juli son esposos y misioneros católicos. Se dedican a tiempo completo a compartir el mensaje del Señor. La madre de Sara se casa joven con la idea de tener un esposo para toda la vida. Pero la historia no es siempre como la imaginamos. Cuando Sara tenía 4 años su padre falleció de cáncer. Su madre por tradición siempre heredó esa fe de rezar el Rosario y visitar al Santísimo. “Encontró el refugio en Dios. Se abandonó al Señor. Custodió mucho su hogar orando mucho”, explica. Les conocían como la familia que oraba mucho.
Su madre por las circunstancias se dedicó mucho al menor de todos los hijos. “Tenía cierto vacío de mi padre por la ausencia de él desde pequeña como de mi madre”, reconoce. Por esa ausencia comenzó a buscar esa parte del afecto paternal por otros lugares. Experimentó en el aspecto relacional y de hombres, pero nada la saciaba. “Buscaba siempre explorar hasta que llegó un momento de mi vida que pensaba haber encontrado a esa persona con la que compartir mi vida porque él era una persona de fe”, reconoce. Llega un punto en la relación en que esa relación poco sana se termina. En ese final de la relación sintió que su vida se terminaba también.
Juli nació en una familia muy católica también, su padre era diácono permanente y le invitaba a las catequesis y formaciones aunque en ese momento no lo entendiera mucho. “Nos enseñó que la fe existía y el Señor se hacía presente cada día. Era un chico muy activo, sin miedos ni penas”, explica. Tuvo la oportunidad de formarse como músico, descubrió que para eso había nacido. En esa búsqueda del éxito salía de fiesta, tiene la oportunidad de conocer lugares impresionantes y a conocer personas importantes del mundo de la música.
Se sentía muy pleno en este lugar de gran fama pero a la vez triste. “Tenía mis parejas, era infiel, pasaba de una relación a otra hiriendo mi corazón e hiriendo el corazón de otras personas”, explica. Así pasaron varios años de su vida hasta que llegó la llamada noche oscura del alma, esa crisis. Se empezó a preguntar cuál era el sentido de su vida. En ese momento tenía dos caminos: o seguir en el mismo ciclo sobre apaciguar los vicios o dar la mirada al Señor. “Empecé a entender que había alguien más. Por un amigo acude a un grupo de oración. En este lugar redescubrí el Santo Rosario y volví a encontrarme con la Virgen”, recuerda.
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