¿Quieres vivir una Semana Santa diferente? ¿Estás cansado de una vida monótona, de un cristianismo mediocre y aburrido? Hoy cuesta imaginarlo, pero como tú se encontraba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, a sus 39 años, edad de plena madurez para aquella época. En 1554, llevaba ya veinte años de religiosa carmelita en el monasterio de la Encarnación, donde convivía con una comunidad de más de cien monjas.
Teresa después reconocería que, en realidad, vivía una vida doble: en ciertos momentos, quería entrar en una vida de oración; pero en otros su vida se hacía anodina, sin sentido, anegada en la rutina de lo cotidiano. «Como las muchas», dice ella. En su autobiográfico Libro de la Vida, escrito diez u once años después, lo recuerda así (capítulo 8, 12): «Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese la vida».
En ese momento, irrumpe la conversión de Teresa. Experimenta el encuentro personal con Cristo. Ella lo cuenta así : «Entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle»
Cristo pasa a ser la única razón de su existencia: ya no es un elemento más en su vida, sino su único amor y su motor. De ahí surge la «determinada determinación» que llevaría a su cambio de vida.
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