El padre Juan Molina es sacerdote diocesano de Valladolid. Entró al seminario a los 16 años aunque es de Barcelona. Desde pequeño recuerda como anécdota que antes de ser bautizado le hicieron socio del Barça. La familia de Juan es una familia sencilla, no muy practicante pero sí creyente. Lo que sí tenían claro es que debía tener una educación buena en este sentido. Todo empieza a cambiar en la adolescencia.
Juan ha sido una persona muy extrovertida siempre y desde pequeño siempre le gustó estar con gente más mayor y disfrutar de su pasión musical, del rock and roll. “Íbamos a la plaza de la universidad y arriba de la plaza bailaba break dance, también me metí en eso”, recuerda. Estuvo en ambientes de riesgos y sin embargo nunca le tocó vivir esos peligros. Siente de alguna forma que el Señor le estaba cuidando.
Un día vino un sacerdote a su colegio y le impresionó pero a la vez seguía con esa vida “callejera” y esa doble manera de vivir. Así, vivió una preadolescencia tranquila pero en ambientes que podrían no haber sido tan tranquilos. “Me acuerdo un día en Nochebuena, estaba jugando a los futbolines y uno de mis amigos me empieza a increpar, diciéndome que ya no era el mismo”. Ese mismo día les había comentado que tenía que acudir a la Misa del Gallo para cantar.
Uno de sus amigos le ofreció para llegar a la misa a tiempo una moto robada. “Cogí la moto, cené, me arreglé, cogí la guitarra y llegué a misa a tiempo”, comenta. Luego le sobrevino el arrepentimiento y pensaba que ese no era el ambiente adecuado, estaba cambiando. Continúo con su melena y sus pendientes pero vinculado al grupo de jóvenes de la parroquia.
Empezaron a llegar misioneros e iba creciendo en Juan ese deseo por ser misionero, le atraía mucho. Al estar en el grupo de jóvenes empezó a distanciarse de sus amigos de toda la vida. Un día en un encuentro de jóvenes que tuvieron en León, comentó delante de todos los que allí estaban que quería ser misionero. Tenía 17 años y esto mismo también se lo comentó a sus padres y fue como un jarro de agua fría. De esta forma, les comentó, que al año que viene ya con la edad de 18 años entraría al seminario. Y así lo hizo. Los amigos, sin creerle mucho, se despidieron de él pensando que regresaría en Navidad.
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