Eugenio tiene 55 años y es natural de Cáceres. Es padre de tres hijos además de ser el menor de tres hermanos y está divorciado. Se crió en el seno de una familia creyente. Sus padres se dedicaban al mundo de la ganadería y la agricultura. Cada domingo acudían a misa y ese día era una fiesta para toda la familia. “Fue una infancia maravillosa, fui un mal estudiante. Me costó mucho sacar la primaria. Mis padres decidieron que lo mejor para mí era trabajar en el campo a pesar de que mis padres me ofrecieron estudiar un módulo”, recuerda.
A los 18 años conoció a la que fue su mujer, María Ángeles, comenzando así una relación en la que se enamoraron. Tras vivir tres años en la distancia decidió irse a vivir a Barcelona, dejando su vida, su infancia y todo su círculo del pueblo. Comienza una nueva vida estando muy ilusionado así que no le pasó factura. Enseguida encontró trabajo, se casan y nacen los primeros hijos. Todo le iba muy bien, trabajaba para una multinacional, cada vez iba subiendo más de puesto. “Yo crecía en la empresa pero en mi casa había problemas.
Se gastaba mucho más de nuestras posibilidades. Mi mujer era gastadora compulsiva y yo le ayudaba. Mi mujer era todo en la vida, la puse lo primero en todo”, sostiene. Comenzaron las primeras discusiones, le embargan. En la separación a pesar de que estaban en ese proceso nace su tercera hija, fruto de ese amor que todavía quedaba. No la puede ver crecer porque llega la separación. Se vuelve a casa de su hermana por la deuda. “Estaba sumido en una depresión. Vuelvo a Barcelona, digo a mis hermanos que me ha salido trabajo. Lo que quería era estar cerca de mis hijos”.
El día 18 de enero del 2010 llegó a la estación del norte de autobuses y allí empecé mi nueva vida, la que fue mi vida durante 10 años y seis meses: su vida en la calle. Una vida muy dura. “Por las noches llevaba fatal mirar para arriba y no tener techo. Añorar mi casa, añorar a mi familia, a mi mujer, a mis hijos, a mis padres, mis amigos. Me quedé sin nada. También pensé que Dios me había abandonado”, sostiene.
Recorría centros sociales para comer. Al poco tiempo en uno de ellos, empezó a hacer voluntariado con las misioneras de la Caridad. “Me enseñaron cómo tratar a la gente pobre, que yo lo era. Encontrabas gente muy denigrada y tenías que aprender a convivir con ellos. A través de las hermanas encontré un trabajo por seis meses”. En este periplo encuentra a un sacerdote, ahí iban a comer la gente que vivía en la calle, ahí conoció a las hermanitas del Cordero. Cada 15 días montan la mesa abierta, en ese espacio conocías a laicos que no vivían en la calle.
Eugenio hizo una gran amistad con uno de ellos. “Tenía que seguir buscando trabajo y yo seguía viviendo en la calle. Hice amistad con una chica que vivía en ese mismo portal dónde yo dormía. Los jueves, mientras la gente se iba de botellón ella iba a repartir comida y atender a la gente de la calle” cuenta. Esta chica vino un sábado, ella y Eugenio habían hablado mucho de su vida personal. Aquella noche acudió con sus dos hijos mayores. Fue un momento brutal para Eugenio. “Mi hija con un temperamento fuerte se puso a llorar”. ¡No te pierdas el testimonio completo, te emocionará!
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