Maurilio vive en México y se encontró con Jesús hace ya casi veinte años. Se definía como un católico descafeinado. “Iba a misa de vez en cuando, me faltaba el ingrediente principal que era Jesús”, explica. ¿Qué le ha llevado a dedicarse a tiempo completo a la evangelización?
Ya en el Bachillerato entró en una tuna muy conocida en México. Este grupo le cantó al Papa San Juan Pablo II cuando visitó México. “En este grupo encuentro una gran afición por la música y descubro esta vocación de fe, fraternidad y servicio”, explica. Aunque su familia era católica, no tenían una verdadera vocación religiosa, si un día no iba a misa, no pasaba nada.
Ahí descubre el mundo de la fe y el de la música. Van pasando los años y cuando empieza la universidad, los padres de Maurilio se separan. “Mi madre me dice que ya no me podía pagar la universidad, entonces tengo que buscar trabajo como tantos jóvenes lo hacían”, explica. Le empieza a ir muy bien económicamente y comienza a ganar mucho dinero trabajando en una compañía internacional. Su vida se convirtió en poder, placer y parecer como bien explica Maurilio. “Mi vida se volvió puro poder, placer, me olvidé del servicio y de la vida católica”, recuerda.
El ego y la vanidad era su mundo ahora, el mundo de aparentar y de presumir. En el año 2000 seguía cantando y un día fue a una ciudad de México y por ir a exceso de velocidad en una curva se salió y tuvo un grave accidente de tráfico. “Cuando ves de cerca la muerte y la fragilidad de tu existencia te das cuentas que estaba desperdiciando la vida en cosas efímeras”, sostiene. Afortunadamente nadie murió en este accidente, ni él ni ninguno de sus amigos músicos.
Tenía un compañero que insistía mucho en que le acompañara a un retiro kerigmático pero Maurilio siempre inventaba una excusa para no acudir. “Después de este accidente, pasan un par de meses y este amigo me vuelve a invitar al mismo retiro que me invitaba hace tantos años”, explica. Y es que a pesar de que tenía las mismas pocas ganas que por entonces, había algo dentro de él que le decía que tenía que ir. “Llegué al retiro con los brazos cruzados como diciéndole al predicador que aquí no iba a entrar nada. No me imaginé lo que iba a suceder”, cuenta.
Llega un predicador con una Biblia bajo el brazo y pensó que donde se había metido. “Nos leyó un texto bíblico y yo era el clásico que quería poner en jaque al resto de personas y le pregunto un tema complejo para ponerle en un brete”. En ese momento tenía 27 años. Y es que nunca se había sentido amado por Dios, ni importante para para él. “Muy al contrario me preguntaba dónde estaba Dios cuando se divorciaron mis padres, cuando se murió mi abuela, cuando teníamos problemas económicos”, cuenta.
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