Olatz dejó su trabajo precisamente para emprender. Hasta aquí todo puede parecer una historia de tantas. Todo empieza a diferenciarse cuando comenta que su tienda tiene que ver con productos cristianos.
Esta mujer de 33 años, es esposa y madre de tres niños. En su época de estudiante universitaria recuerda que llevaba una vida bastante normal para lo que eran esos años. Sin embargo, a pesar de todas las fiestas y todo lo que pudiera acontecer a los años universitarios, tenía una fe que venía de su familia donde la costumbre por ejemplo de ir a misa los domingos era algo que se hacía y que la propia Olatz conservaba.
«De alguna manera ir a misa pacificaba bastante mi conciencia. Por coherencia recuerdo que dejé de comulgar pero seguía yendo a misa», explica. Durante estas misas sentía que de alguna manera Dios la estaba llamando a algo más pero cuando salía por la puerta de la iglesia esa sensación se le volvía a olvidar. Su vida regresaba a su ritmo cotidiano y seguía adelante.
«Había separado a Dios de mi vida. Así estaba yo cuando de «casualidad» acabé en un voluntariado un verano ayudando a las Misioneras de la Caridad en un pueblecito que está al sur de Portugal, en Faro», cuenta. Allí no se veía en absoluto pero se quedó por vergüenza y no tener que irse. Allí le pasó que mientras cuidaba de los ancianos que estaban en la casa, se dio cuenta de la fragilidad human.
«Al verles a ellos, yo me puse por primera vez cara a cara con la fragilidad humana y justo al ponerme delante de eso me puse delante de mi propia fragilidad y al ponerme delante de mi propia fragilidad me puse delante de mi propio pecado que me dolía y me hacía sentir miserable», expresa.
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