El Padre Gaetán es sacerdote, ordenado en la República Centroafricana. La historia que nos viene a contar, se encuentra reflejada en parte en el libro La Mano Invisible de la editorial Nueva Eva.
La historia da comienzo en 1990, el padre estaba en el seminario en Ruanda cuando estalló la guerra. “Estaba en el seminario, viví estos acontecimientos, muertes, matanzas indiscriminadas y al final tuve que salir del país”, explica. Tuvo que acudir a un campo de refugiados en el actual Congo. Eran un millón de personas en un mismo lugar, al mismo tiempo, juntos, sobreviviendo sin comida, agua ni medicamentos.
Era una muchedumbre de gente, en muy poco tiempo la gente empezó a morir por fragilidad,hambre y muchas más causas. “Vi morir a mucha gente, no podíamos enterrarles, era muy difícil organizar a tanta gente. Vi muchos cadáveres que no podíamos identificar ni enterrar”, explica.
Muchos huérfanos y niños separados de sus padres. Ancianos que no sabían cómo sobrevivir. “Los campos de refugiados fue una experiencia que no se me olvidará nunca”. El padre Gaetán tenía 22 años cuando ocurrió todo esto. Pasó un año cuando se dió cuenta que ahí no podía quedarse, era como una voz que le decía que se marchase. “Seguía con esa ilusión de ser sacerdote. Me hacía una serie de preguntas que no tenían respuesta. Pero había una voz que me reafirmaba que lo sería”, recuerda.
Fue entonces cuando por alguna razón que él mismo desconoce cuando salió del campo de refugiados para cruzar el Zaire. “Zaire no tenía carreteras, ni ningún medio de comunicación, ni tren. Era un bosque impenetrable. Un país corrupto”, explica. El padre Gaetán no conocía esta situación pero se puso en marcha. “En todos los momentos cuando ya no podía más, cuando no había ninguna salida posible, confíe en el Señor, hacía una oración corta. Inmediatamente tuve una respuesta positiva que no esperaba”, relata. Vió auténticos milagros.
Después de tantos días de cansancio y lucha. Pensaba que ya había llegado a un nuevo mundo con nuevas oportunidades. “La policía me detuvo y me devolvió sin ninguna explicación”, explica. Ya no sabía qué hacer. Estuvo vagando en la selva.
Cuando estaba completamente deshecho llegó a un obispado y se encontró con un obispo que le acogió como a un padre. “Me tocó el hombro, como la imagen del hijo pródigo y me dijo: Hijo mío el Señor te ha enviado a mi casa”. En esos momentos estalló la guerra en Congo donde se destruyeron todos los campos de refugiados donde él estaba antes y escuchó esa voz que le decía que se fuera.
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