GARABANDAL y EL MILAGRO DE LOS ANDES

Oct 7, 2022 | CURIOSIDADES

“Un grupo de mamás pusimos toda nuestra esperanza en la Virgen María aparecida en Garabandal y recuperamos vivos a nuestros hijos”. Sara Urioste – madre de uno de los accidentados en el accidente aéreo de los Andes, en octubre de 1972.

La historia del accidente de avión que tuvo lugar en octubre de 1972 es una historia conocida por muchos, pero quizá menos conocido es el testimonio de Sara Urioste, madre de uno de los accidentados, quien atribuye la vida de su hijo y de los demás sobrevivientes a la intercesión de Virgen María aparecida en Garabandal.

El accidente

El avión que despegó desde el aeropuerto de Carrasco (Uruguay), en dirección a Santiago de Chile, llevaba cuarenta pasajeros y cinco tripulantes. La mayoría de los viajeros pertenecían al club de rugby uruguayo “Old Christians”. Jóvenes de entre 19 y 26 años iban de camino a Chile para un partido contra un equipo Chileno. La duración del viaje debería haber sido de 4 horas, pero debido al mal tiempo, el piloto decidió aterrizar en Mendoza. Pasaron la noche en la ciudad y despegaron de nuevo el 13 de octubre. Partió el avión a las 14:18 horas. A las 15:34 desapareció. Poco después de anunciar el piloto a la torre de control que veía la ciudad de Curicó, entró en un banco de nubes blancas y comenzó el avión a sacudirse fuertemente. Los pasajeros miraban por las ventanas, encontrándose con los enormes picos de nieve pasando muy cerca del avión, comenzaron a rezar, esperando el impacto con una de las montañas. La ala derecha tocó la ladera y el avión se partió en dos. Sin alas ni cola aterrizó el avión sobre la nieve. Los sobrevivientes se encontraban en la cordillera chileno a treinta grados bajo cero durante las noches y el hambre. Pasaban los días, morían los compañeros, y dos de ellos deciden cruzar las montañas para llegar a Chile. El 22 de diciembre de 1972, después de 72 días aislados de todo, los dieciséis sobrevivientes fueron rescatados.

Testimonio de Sara Urioste

Un grupo de mamás pusimos toda nuestra esperanza en la Virgen María aparecida en Garabandal y recuperamos vivos a nuestros hijos.
Estando yo rezando en mi parroquia, con el corazón lleno de angustia, alguien tocó mi hombro y puso algo en mi banco. Después de un ratito miro para atrás y la Iglesia estaba vacía.
Ese algo era una estampita jamás vista antes de la Virgen María con “ponchito” sobre sus hombros. De vuelta a casa muestro la estampa y mi hermana me dice que la había visto en la tapa de un libro que le había regalado la señora China Herrán de Borgaleny.

Al día siguiente aparece China con el libro y así nos enteramos de su aparición en Garabandal y de su mensaje.
En esos días llega de EE.UU. la abuela del chico Roy Harley y, después de vaciar sus valijas, una nieta, jugando con ellas, siente un pequeño ruido y pensando en algún regalo olvidado la abre y encuentra una medalla con la misma imagen.
Preguntada la abuela dice no tener idea de qué es esa medalla; jamás nadie en Nueva York pensó en regalarle una medalla y menos de la Virgen.
No gritamos: ¡Milagro!, pero nos dio que pensar. A los pocos días la señora Ripia Ainás nos llama a un grupo de “madres de la cordillera” para mostrarnos algo que nos iba a interesar. Sin saber nada de lo anterior nos pasa por un proyector fotos de lo ocurrido en Garabandal.

No necesitamos más para entender la llamada de Nuestra queridísima Madre; dirigimos todas nuestras plegarias a ella para que intercediera ante su Hijo para que nuestros hijos volvieran.
En esos días todo el mundo hablaba de Garabandal, lugar desconocido, y lo mismo de las niñas videntes y del mensaje. Rezábamos el rosario, le rogábamos, le implorábamos por nuestros hijos. Teníamos una fe absoluta en que ella, Madre como nosotras, nos iba a conseguir de su Hijo el milagro.

La sentíamos tan cerca de nosotros que en un día de terrible angustia en que la búsqueda se daba por terminada, siempre sintiendo que nuestros hijos vivían, pero con una indescriptible congoja pensando en sus sufrimientos, rezábamos el rosario mi hermana Rosina y yo en medio de lágrimas y una voz muy clara me dijo en mi interior al llegar al misterio de la pérdida de Jesús en el templo:

— Si yo sufrí tanto por tres días que perdí a mi Hijo, cómo no voy a compenetrarme con Uds., que hace tantos días que perdieron a los de Uds. Estén tranquilas, volverán se lo prometo.
Corrían los días y aumentaba el número de personas que le rogaban por nuestros hijos a la Virgen de Garabandal. Con qué fe, con qué fuerza… Éramos nosotras las que consolábamos a los amigos, a los parientes que venían a acompañarnos, a damos su pésame… ¡72 días!, asegurándoles que nuestros hijos vivían y que la Virgen de Garabandal nos prometió que nos los devolvería sanos y buenos.
Cosa curiosa; de todas las madres que fuimos a buscar a nuestros hijos a Chile, sin saber si vivían, pues solo se sabían dos nombres, “Parrado y Conesa”, todas menos dos, que fueron por un error de una noticia falsa, todas encontramos a nuestros hijos vivos.

La delicadeza de la Virgen que no quiso dar falsas ilusiones…
Tanto es así que dos amigas muy queridas no estaban a la hora de partida en el aeropuerto. Las llamé ansiosamente y las dos me contestaron lo mismo:

— Sarita, no puedo ir, hay “algo” que me dice que no vaya.
En el avión, cruzando ya la terrible cordillera, observo a un sacerdote leyendo un diario en inglés, me acerco para pedirle que rezase por nosotras, que íbamos a buscar a nuestros hijos y le dije:
— Padre, ¿habla español?, Do you speak Spanish?
— Bueno hija, desde que he nacido, me contesta.
Nota la tensión en el ambiente y me pregunta:
— ¿Qué pasa?
Le conté quiénes éramos y que le estábamos pidiendo el milagro a la Virgen de Garabandal. Estábamos allí arriba, a seis mil metros de altura, con la terrible cordillera, donde estuvieron nuestros hijos, justo debajo del avión.
Este sacerdote, me dijo:
— ¡Pero si yo estuve en Garabandal y presencié el milagro con estos ojos!
Mi alma cansada, angustiada, abatida, pero aferrada a mi fe y a Nuestra Madre se inundó de paz. ¿Qué otra prueba necesitaba para estar segura de que mi hijo vivía? ¡Gracias, gracias, María, Madre mía!
A las pocas horas de este encuentro maravilloso y demasiado grande para ser “coincidencia”, estreché entre mis brazos a mi hijo mayor Eduardo, mientras mi hermana Rosina tenía en sus brazos a su hijo Adolfito.

Sara Urioste de Strauch.
Uruguay.

Testimonio de Rosina V. de Strauch:

El avión salió de Montevideo el día 12 de octubre de 1972 y el 13 sucedió el accidente, día de la última aparición de la Virgen de Fátima y en el que se cumplió el gran milagro, “signo de Dios”, lo que hizo pensar que nuestra Madre tomaría bajo su protección a nuestros hijos.
Días después una amiga me trae una estampa de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal y me dice:

— La Virgen quiere hacer milagros para que se propague su mensaje; recibido por unas niñas en Garabandal.
Esto nos impulsó a reunirnos muchas madres para rezar el rosario diario rogándole a la Virgen por un milagro, que por la humanamente inexplicable salvación, lo llamaría el mundo entero “el milagro de los Andes”.
Empezaron la búsqueda del avión el Gobierno y los particulares; comenzaron también las visitas de pésame, que no aceptábamos, diciendo que la Virgen de Garabandal los traería para Navidad, como exactamente sucedió; y todos los diarios, las revistas, las radios y hasta los radioaficionados, que eran muchos y de todos los lados del mundo, hablaban de Garabandal.

Hubo Misas de Réquiem por los chicos y demás pasajeros y tripulantes del avión. Nosotras, junto con algunas madres, nunca dudamos que nuestros hijos estaban vivos, aunque sufríamos una verdadera agonía pensando en sus sufrimientos.
Leímos el libro “El interrogante de Garabandal”, de Francisco Sánchez-Ventura y Pascual; nos proyectaron películas de las videntes y hasta preguntamos si después que sucediera el milagro teníamos que comunicarlo al Santo Padre.
Hay un grupo de personas que propagan el mensaje; Teresa Terra es una de ellas y hasta escribió una carta a Conchita, una de las videntes, explicándole todo lo sucedido en Uruguay.

Así sucedió nuestro encuentro con María, en esos setenta y dos días de esperanzas.

Rosina V. de Strauch.
Uruguay.

¿Te ha gustado este artículo?

Ayúdanos a seguir creando contenidos católicos

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos relacionados